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Esa noche tenía un color distinto. El otoño, así como el final de la tarde cerraban sus ojos paulatinamente, mostrándose propensos a hibernar, cuando Katai Yui y Tanizaki Seikichi se alejaban de la roída fachada del templo desolado que habían decidido visitar. Tras una larga tarde de karaoke en el pueblo, la japonesa había expresado su deseo de estar a solas con el maestro.

— Aquí nos conocimos, el día en que pediste mi teléfono ¿Recuerdas?
 
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YuiK1533361 · 26-30, F
Inverosímil también era que aquellas dos bestias se compararan con una monstruosidad como lo era ese regente infernal. Entre el límite de lo real y lo divino, cruzaron ese trecho de cuerda floja caminando sin traspiés. De la boca de la nipona manaron breves susurros cuando los árboles tupidos y salvajes, tenuemente delineados por la ligera nevazón, ocultaron a ambos humanos, ya lejos de Dominus y de sus jurisdicciones energéticas.

Vamos a casa, aunque yo ya me siento en mi hogar.
 
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