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Esa noche tenía un color distinto. El otoño, así como el final de la tarde cerraban sus ojos paulatinamente, mostrándose propensos a hibernar, cuando Katai Yui y Tanizaki Seikichi se alejaban de la roída fachada del templo desolado que habían decidido visitar. Tras una larga tarde de karaoke en el pueblo, la japonesa había expresado su deseo de estar a solas con el maestro.

— Aquí nos conocimos, el día en que pediste mi teléfono ¿Recuerdas?
 
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YuiK1533361 · 26-30, F
Se detuvo ante las palabras de Seikichi, al menos cinco metros más lejos de esos dos pero no dejó de darles la espalda. Esperó allí silenciosa mientras el Tanizaki y Dominus compartían palabras sin moverse de su postura. Desde esa perspectiva era imposible dilucidar su gesto, pero no empuñó las manos, no tensó los hombros ni se vio que se moviera un solo milímetro. Cual estatua colmada de quietud, donde los copos de nieve la coronaban y las brisas se esmeraban por hacer danzar su cabello, esperó hasta que la última de las palabras del demonio decantara. Tras un pequeño silencio, añadió.

Qué bien, ahora sí podremos largarnos de aquí, Seikichi. No le des crédito, su existencia no nos incumbe. — Y retomó su caminata, llena de curiosidad porque el Noxius dejó de afectar su propia piel. Como no le miraba, no pudo saber si su lejanía o si por voluntad del caído, dicha energía había retirado su efecto.
 
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