Al inicio del tiempo, cuando las primeras aldeas empezaron a formarse al pie de la montaña Qi Feng, aquel dragón estaba emocionado de compartir sus dones con el mundo. Los humanos era una creación nueva, algo maravilloso para él. El ingenio que estos tenían, su forma tan humilde de vivir y enfrentar el mundo, sus propias habilidades y destrezas, todo lo fascinaba y le impulsaba a ayudar. El agradecimiento de los humanos era tal que comenzaron a retratarlo como a una deidad, lo adoraban y él se sentía conmovido, incluso apenado pero feliz de saber que había hecho tanto por ellos.