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AsC1578214 · F
Tal vez lo más sorprendente de todo fue oír su voz una vez más y es que, a pesar de ya haber procesado lo real que era ese momento, el timbre tan peculiar de Wally se volvió la gota que derramó el vaso en el interior de Artemisa. Sendas lágrimas brotaron y resbalaron sin pausa desde sus mejillas hasta los bordes de su mentón, y dejó de sostenerse del espejo sólo para poder limpiarse aquellas gotas que se estancaron en su mirada; no quería perderse ni un segundo de lo que estaba viendo o era posible que él volviera a salir corriendo antes de que ella siquiera pudiese mover un músculo. Tal como el fatídico día de su muerte.
—¿Cómo...? —pese a todas las preguntas que rondaban por su cabeza, la lengua únicamente se movió para poder formular esa a medias. Quien tuviera una segunda oportunidad con un ser querido fallecido seguramente se guardaría las dudas para después, pero no ella, pues cuando estuvo en el limbo él la alentó a soltarlo al fin. Fue Wally quien le dijo que siguiera viviendo, que buscara un nuevo amor. ¿Por qué había hecho eso si al final iba a volver a la vida?, ¿por qué no le había comentado de esa posibilidad en aquel encuentro? Se sintió ligeramente traicionada, recelosa. ¡Qué maremoto de emociones! Y lo peor era que no podía hacer caso a una sola, ¿cómo concentrarse ante esa situación?
Fue casi un milagro (el segundo en la noche, al parecer) el que sus pies al fin dejaran de temblar se movieran y que sus piernas respondieran a quién sabe qué razón. Emprendió carrera para acortar la distancia que los mantenía alejados. Cada metro más cerca dejaba notar las diferencias en él, en su cuerpo, en su rostro. Lo entendió a escasos pasos de él y lo que apuntaba a ser un cálido momento se desvaneció conforme ella refrenaba su andar.
Ese no era su Wally. Su Wally había muerto hacía tantos años atrás que debía verse más joven, menos alto, con las facciones más suaves.
Un espejismo de algún enemigo. Un reemplazo. Era posible que lo de Roy se hubiese repetido y fuera un clon. Cualquier excusa sonaba más plausible.
Las etapas de toda perdida son cinco: Negación. Ira. Negociación. Depresión. Aceptación.
Artemisa había pasado por todas ellas ya. Y aún así reconoció la sensación en su pecho de lo que creyó se había ido por siempre.
Negación.
—¿Quién eres?
—¿Cómo...? —pese a todas las preguntas que rondaban por su cabeza, la lengua únicamente se movió para poder formular esa a medias. Quien tuviera una segunda oportunidad con un ser querido fallecido seguramente se guardaría las dudas para después, pero no ella, pues cuando estuvo en el limbo él la alentó a soltarlo al fin. Fue Wally quien le dijo que siguiera viviendo, que buscara un nuevo amor. ¿Por qué había hecho eso si al final iba a volver a la vida?, ¿por qué no le había comentado de esa posibilidad en aquel encuentro? Se sintió ligeramente traicionada, recelosa. ¡Qué maremoto de emociones! Y lo peor era que no podía hacer caso a una sola, ¿cómo concentrarse ante esa situación?
Fue casi un milagro (el segundo en la noche, al parecer) el que sus pies al fin dejaran de temblar se movieran y que sus piernas respondieran a quién sabe qué razón. Emprendió carrera para acortar la distancia que los mantenía alejados. Cada metro más cerca dejaba notar las diferencias en él, en su cuerpo, en su rostro. Lo entendió a escasos pasos de él y lo que apuntaba a ser un cálido momento se desvaneció conforme ella refrenaba su andar.
Ese no era su Wally. Su Wally había muerto hacía tantos años atrás que debía verse más joven, menos alto, con las facciones más suaves.
Un espejismo de algún enemigo. Un reemplazo. Era posible que lo de Roy se hubiese repetido y fuera un clon. Cualquier excusa sonaba más plausible.
Las etapas de toda perdida son cinco: Negación. Ira. Negociación. Depresión. Aceptación.
Artemisa había pasado por todas ellas ya. Y aún así reconoció la sensación en su pecho de lo que creyó se había ido por siempre.
Negación.
—¿Quién eres?