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La íntima danza entre sus bocas aceleraba los latidos de Vanya, quien definía ese sentir como el amor que ardía en su pecho.
Porque Kasha era diferente, todo lo que hacía y decía traía en la doncella un deseo de tener más. Nunca había pedido nada, ni aspirado a mucho; pero esa hermosa criatura se volvía una necesidad a cada vez. ¿Así se sentirá tener una adicción? La pregunta se cruza por su mente, justo al momento que sonríe sobre los labios ajenos.

— La sensación de tus manos, me gusta.

Confiesa, y la piel se estremece con claridad bajo las caricias, permitiéndole continuar. Por su parte, el toque curioso continuaba, prolongando las caricias por el centro de la espalda.
La rubia dibujaba líneas lentas con sus dedos, susurrandole.

— ¿Podría tocar tu piel directamente?
 
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