Vacío, de abrasador silencio tan solo interrumpido por el angustiado goteo de las arruinadas tuberías que batían los hoy viejos enseres. Tranquilo un joven conocido como Aleister buscaba por todos los rincones; por cualquier escombro —unos bajos; otros, no tanto—; por cualquier sala, ya tapeadas, ya atascadas, ya derruidas esperando con un tanto de buenaventura dar con algo —¡cualquier cosa!—. Hacer mucho ruido no sería su mejor idea.

Cuando estaría a punto de darse por vencido, abrió lo más sigiloso que pudo la última puerta, que parecía conducir a un no tan viejo tocador… Ahí, no obstante, se encontró ante una figura de aparente femenino a la que hizo un gesto en vaivén con la mano esperando una potencial respuesta.