Soltó una risita forzada y una gotita resbaló a través de su sien. Comprendía su molestia, pero ella estaba allí para mediar. Incluso aunque fuese un asunto de rutina, no disfrutaba de verlos pelear, mucho menos cuando el pequeño Shippo salía lastimado; en verdad que InuYasha a veces podía ser muy bestia.

—Deberían hacer las paces —retiró el pañuelo cuando sintió su pequeño cuerpito tensarse por el ardor. Luego prosiguió, procurando poner más cuidado en la labor—. Le pediré que se disculpe —en ese instante otra idea atravesó su cabeza, desplazando a la original: quizá podría darle una mejor lección que finalmente lo haría reflexionar—. Oye, Shippo, ¿te gustaría ayudarme con algo?

Sintió ardor sobre aquella zona de su piel, haciendo un mueca dolorida, pero aliviada. Asimismo, escuchar el nombre de Inuyasha le hizo recordar por qué estaba enfadado, a lo que torció los labios y apretó sus brazos cruzados.

—Gracias, Kagome –reconoció, cuan niño orgulloso–. Lo que InuYasha se merece es un zape tan fuertote como el que me dio. Me dolió mucho.

Arrodillándose a su lado, extrajo del bolsillo de su falda un pequeño pañuelo blanco que dobló hasta obtener un triangulito; de inmediato lo empapó con una buena cantidad de spray para heridas.

—Dime si te arde, ¿está bien? —le obsequió una sonrisa dulce, que esperaba ayudara a aliviar el malestar y en seguida se dispuso a tratar el inmenso chichón en su cabeza—. Hablaré con InuYasha para que deje de hacerlo, tú no te preocupes, Shippo.