— ¿¡MIEDO?! ¡Siempre he sido muy valiente! —se jactó, recuperando sus habituales aires de arrongancia. Se avergonzó de la posibilidad de que su propia hija hubiera notado la pena y la preocupación, al grado de hacerla sentir responsable de mejorar el estado anímico de su padre. No era justo.
Salió de la cabaña antes que la menor, con la cabeza muy alta y una sonrisa casi triunfal.
Cuando Moroha salía a cazar, el híbrido solía ir en secreto al Pozo de los Huesos a esperar por su mujer, y cuando la pequeña volvía, él también. Procuraba no alejarse de la aldea, desde donde podía percibir el aroma de Kagome ni bien pisaba el pozo, y así acudía rápidamente a su encuentro.
Sintió un pinchazo en el pecho con la confesión de Inuyasha. ¿Sería posible que fuese un inconveniente para que estuvieran juntos? Sacudió la cabeza, despejándose de aquella idea tan absurda. Muchas veces Inuyasha y Kagome expresaron abiertamente el amor que le tenían así que no tenía por qué ponerlos a prueba.
— Uhmm... — Desvió la mirada unos segundos. Ciertamente odiaba ver a los demás con el humor tan bajo, así que...
— ¡HAH! ¡Lo tengo! ¿Por qué no me acompañas a cazar monstruos? Aún tengo una deuda que saldar con Jyubei... ¿o te da miedo??—
Solía entrar en cuadros de ansiedad cuando Kagome se alejaba de él, especialmente cuando su retorno era incierto. De a poco iba enseñando a su hija las cosas de verdadero valor, pero no permitía que le viera en su faceta alterada.
— Quería ir con ella —dijo con total sinceridad, hasta denotando melancolía en la voz. Aún así, cuando veía el rostro de la menor recordaba porqué era mejor contener los impulsos; ella era siempre la razón, aunque no lo comprendiera—. Hay cosas más importantes que comer como astronautas y ninjas —frunció levemente el ceño, achicando sus ojos dorados al enfocarse en los ajenos. Y una leve sonrisa se dibujó en sus labios—. Tú nos importas más, Moroha. Sé que puedes cuidarte sola.
Ese modo de hablar era tan impropio del híbrido, quien solía ser impulsivo, malhumorado y terco. Sólo bastaba de una versión pequeña de sí mismo para hacerlo cambiar.
— ¡¿Haaah?! Debes estar bromeando — Se sentó frente a él. Leyó con facilidad la angustia sincera en sus ojos pero, después de tanto tiempo viviendo sola, no acababa por comprender qué les acongojaba ahora.
Se rascó dentro de la oreja con el dedo meñique, como si volver a quedarse sola fuese un miedo “menor”.
— ¡Meh! Debiste ir con ella en lugar de quedarte sentado hasta que regrese. Eso es muy aburrido. Pudiste ir a comer cosas de astronautas y ninjas —
Era él quien sufría más durante esas separaciones, cuya duración siempre variaba. Hizo un gesto apenas el cráneo azotó a sus pies, inclusoblo pateó para que este rodara lejos de donde estaba.
— Porque así lo decidimos —respondió emulando una expresión seria y profunda—. Dadas las circunstancias del pasado, los antecedentes del Pozo, acordamos ser precavidos. En caso de que el portal se vuelva a cerrar... —conforme más hablaba su voz se iba apagando. Ahora mismo él sabía que Kagome estaba bien al otro lado, pero los recuerdos le eran tan amargos como para complicarle desde la respiración hasta tragar saliva— Acordamos no cruzarlo juntos en caso de que pase algo malo. No te dejaremos sola incluso sin uno de nosotros.
