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User1576008 · 26-30, M
Eternos le parecían esos días de espera; lloviera o relampagueara, a sol o asombra. Después de tantas lunas, noches que se le iban entre sollozos y suspiros, cada tercer día sin falta allí estaba esperando como un perro fiel a su amo.
El pozo de los huesos era el testigo del inicio y... ¿del final? ¿A eso se resumió todo? El destino volvía a recordarle al hanyō lo cruel que podía ser. Había días en los que temía se le olvidase cómo respirar, lo único que temía de la muerte era no volver a verla.
— Estoy bien —su voz era apagada. Un brazo apoyó sobre la orilla del pozo mientras que a los costados de su rostro veía las gruesas gotas de agua caer. Esa sombrilla no le quitaría la humedad o la posibilidad de enfermarse y el monje lo sabía. Pero con ello le regalaba un cariño que nunca conoció: el de un verdadero hermano. Nunca agradeció tanto la compañía de otro ser como la suya, quien a pesar de tener a su pequeña familia allí estaba a su lado, incondicionalmente.
El pozo de los huesos era el testigo del inicio y... ¿del final? ¿A eso se resumió todo? El destino volvía a recordarle al hanyō lo cruel que podía ser. Había días en los que temía se le olvidase cómo respirar, lo único que temía de la muerte era no volver a verla.
— Estoy bien —su voz era apagada. Un brazo apoyó sobre la orilla del pozo mientras que a los costados de su rostro veía las gruesas gotas de agua caer. Esa sombrilla no le quitaría la humedad o la posibilidad de enfermarse y el monje lo sabía. Pero con ello le regalaba un cariño que nunca conoció: el de un verdadero hermano. Nunca agradeció tanto la compañía de otro ser como la suya, quien a pesar de tener a su pequeña familia allí estaba a su lado, incondicionalmente.
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