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Más que un mejor amigo: un hermano.
 
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User1576008 · 26-30, M
Gracias, Miroku –cedió un fraternal apretón que expresaba más que gratitud: un profundo amor y respeto. Es así como entonces pensó que debería ser un hermano.

InuYasha, más que nadie, sabía que a veces no había otra forma de decir las cosas mas que siendo brutalmente honesto. Y gracias a ello se dio cuenta de que por lo menos ya era tiempo de dejar de ser una carga para los demás.

Es hora de que volvamos a casa –a diferencia del monje, él no era de muchas palabras sabias o precisas, pero a veces prefería dejar que el corazón hablara por él–. O nos meteremos en problemas con Sango. Sé que cuidar de tres niños no es fácil para ella sola, así que agradezco que hayas venido hasta aquí.
User1576008 · 26-30, M
"El dolor de nuestras vidas", "Una invitación para seguir con nuestras vidas", cuánto dolor le ocasionó esa última frase. Inclinó el cuerpo hacia el frente para apoyar la frente contra su rodilla y sus brazos rodearon su pierna mientras sollozaba. Después de sentir que perdió a Kagome, también sentía que había perdido la vergüenza de llorar (por lo menos frente al monje). Necesitaba unos minutos así para meditar.

Algo de cruel franqueza hubo en las palabras que quedaron resonando en su cabeza, pero quizás tenía razón. Pero la única verdad era que el semi-demonio no se iba a resignar.

Tras meditarlo un rato en el que agradeció el silencio de su compañero, levantó la cabeza. Limpió sus mejillas son su manga ya lo suficientemente mojada y volteó a ver al monje. Por primera vez en mucho tiempo esbozó una sonrisa, débil pero genuina. Estiró una mano hacia el hombro de su amigo y asintió.
User1576008 · 26-30, M
El hanyōu mantenía una pierna estirada y la otra flexionada frente a él, con dicha rodilla ahora quedando a la altura de su pecho. Sólo se recorrió un poco hacia el monje, a quien no pareció importarle mojar sus ropas al tomar un asiento a su lado. InuYasha sabía que después de que su nombre fuera mencionado vendría alguna reflexión o esas frases de aliento que siempre salían de la boca del ojiazul.

Por no ser descortés tomó la sombrilla, pero las manos no le dieron para sostenerla y simplemente la dejó caer a un lado. Escuchó con una atención inusual sus palabras y sólo podía pensar en cuánto admiraba lo bueno y preciso que era para hablar. Quién habría pensado que alguien como Miroku sería una persona tan empática y sensible. Su sabiduría era innegable, además en estos años había visto lo excepcional que era como padre.

Él también quería tener esa vida. Lo envidiaba profundamente, pero sin ninguna malicia. Estaba orgulloso del hombre en el que se había convertido por Sango
Conocía su orgullo, su fortaleza y lo franco que podía ser, sin embargo Miroku ya conocía ese lado débil del Hanyōu, era parte de lo que ser amigos se trataba, jamás revelaría las incontables noches en dónde le vió sufrir o incluso por más que lo negará también vió sus lágrimas.
— InuYasha...— Le llamó al tomar asiento a su lado luego de entregarle la otra sombrilla, eligió bien sus palabras antes de continuar — Éste mal tiempo parece eterno pero algún día terminará, es como el dolor en nuestras vidas... Ahora está así, la incertidumbre de lo que será el futuro siempre está ahí pero aún por más oscuro que esté el panorama, el sol siempre brillará una vez más. Pero no siempre brillará como queremos, es solo una invitación para seguir ... Con nuestras vidas— No quería darle falsas esperanzas, pero no soportaba ver a su amigo ahí, día tras día, pese a qué él también quería que Kagome regresará en esta ocasión era mejor aceptar la realidad palpable, por más dolorosa que fuese.
User1576008 · 26-30, M
Eternos le parecían esos días de espera; lloviera o relampagueara, a sol o asombra. Después de tantas lunas, noches que se le iban entre sollozos y suspiros, cada tercer día sin falta allí estaba esperando como un perro fiel a su amo.

El pozo de los huesos era el testigo del inicio y... ¿del final? ¿A eso se resumió todo? El destino volvía a recordarle al hanyō lo cruel que podía ser. Había días en los que temía se le olvidase cómo respirar, lo único que temía de la muerte era no volver a verla.

Estoy bien —su voz era apagada. Un brazo apoyó sobre la orilla del pozo mientras que a los costados de su rostro veía las gruesas gotas de agua caer. Esa sombrilla no le quitaría la humedad o la posibilidad de enfermarse y el monje lo sabía. Pero con ello le regalaba un cariño que nunca conoció: el de un verdadero hermano. Nunca agradeció tanto la compañía de otro ser como la suya, quien a pesar de tener a su pequeña familia allí estaba a su lado, incondicionalmente.
Se acercó a su amigo, ese híbrido era demasiado voluntarioso y él... Simplemente le apoyaba en todo, Miroku no solo se destacaba por sus grandes cualidades como hablador, su nivel espiritual estaba en un nivel sobresaliente y su mente era como la de un zorro. Pero así mismo tenía mucha bondad en su corazón y parte de esta salía a flote cuando decidía acompañar a su mejor amigo no solo en las noches de luna nueva, o en las que se turnaban la vigilancia, sí no esos días en los que él aguardaba por el regreso de Kagome — Es un pésimo clima, ¿No crees?— Acercó la sombrilla a su compañero.

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