La pregunta estaba de más. La respuesta era obvia, y de no ser así su olfato rápidamente hallaría la respuesta.
— Así que con la anciana Kaede —alzó la mirada al techo, repasando su mentón con una garra—. Será mejor que nos demos prisa en asaltarla. Agárrate bien —dijo ya atravesando la choza hacia la salida, aunque avanzó tan rápido para darle siquiera tiempo de agacharse a la pequeña antes de golpearse con el techo—. Debías agacharte, ¿no te lo dije? [?]
— La comida de astronauta, ¿heh? — Se rasca una mejilla sin inmutarse por el cambio de posiciones del hanyō. — Creo que las dejó al cuidado de la anciana Kaede. Dijo que estarían en buenas manos si ella protegía la comida de astronauta y los dulces ninja. ¡¿Iremos por ellos?! —
Se estremeció un poco, muy en el fondo disfrutaba de cada cosa que le hiciera su hija. Ella era única persona a la que no le prohibía que tocara esas orejas que tanto le avergonzaron en su infancia.
— Sólo estoy agotado —y sólo cuando se dejó caer boca abajo en el piso, se dio cuenta de cuánto podía repercutir su mal genio en las actitudes de la chiquilla. Aún así, el que éste se echara de esa manera sólo logró dejarla encima de su espalda—. Los adultos no siempre tenemos un buen día —su expresión se iluminó de inmediato cuando creyó tener una buena idea, así que se reincorporó.
Cerró las manos en torno a los tobillos de su hija para cuidarla de una inminente caída.
— ¿Sabes dónde mamá esconde la comida de astronautas?
— Nunca te he empujado, cabezona —le mira por encima de su hombro sólo con perfilar un poco el rostro—. ¿Por qué te gusta morder mis orejas? —las movió para ella, pero sólo un poco. Su voz denotada desgana, pero ella era como una chispa.
