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HojoShogen · 100+, M
El vagabundo se encontraba tranquilamente bajo el santuario de las sombras de un árbol azaroso en medio de una arboleda, sentado y con la espalda recostada sobre las faldas del tronco, escondiéndose en la frescura donde la luz del sol le chocaba parcialmente sobre su atezada y curtida piel, colándose intermitente a través de las frondosas ramas, tremulantes dado a las perpetuas caricias del viento. Llevaba ya un rato bebiendo de la botella de calabaza que le acompañaba en todas sus aventuras, esta contenía una considerable porción de licor de arroz, barato y carente de fineza, más cumplía su función, y en ello se veían los rubores en sus mejillas y su mirada despreocupada y perdida en las peripecias de la naturaleza.

Un momento de paz entre batallas, si bien su elemento era el choque de los aceros, un pequeño descanso de vez en cuando resultaba algo relajante y fresco. Todavía vestía de sus ropas de batalla, estas constaban de una chaqueta negra que se encogía en su cinto al ser rodeada por un cinturón obi de tela oscura, cual sirve de sopor de su katana y cuchillo tanto envainados, un hakama negro que se ajustaba en sus tobillos por las piezas de tateage y suneate que protegían desde la rodilla hasta abajo. Sobre estos atavíos llevaba distintas placas de armadura azabache que conformaban un set incompleto que desprotege su vientre desnudo y muslos, como si fuera una especie de broma de mal gusto dedicada a los individuos acorazados que enfrentaba diario, ellas constabas de un solo Dō que pendía de su hombro izquierdo sobre las placas de sode que resguardan sus hombros y se conectaban al yodare-kake que protegía su garganta y el superior de sus pectorales, finalmente quedando solo aquellas que guardan sus brazos, planchas que formaban desgastadas mangas de kote que protegían desde su codo hasta los nudillos.

Por alguna razón, sus instintos cuasi-animales le dieron alerta, ¿Un enemigo o serían los delirios de un borracho? Una pregunta que no venía al caso, simplemente se puso de pie y se posicionó en dirección general de dónde su intuición apuntara, con una mano apoyada sobre el pomo de la tsuka del sable y la otra, sin más, siguió balanceando el recipiente sobre su boca, bebiendo lo que quizás pudiera ser el último trago antes de una batalla.
 
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