Su sonrisa era modesta, incluso algo tímida a pesar de la fama que ya llevaba consigo. Pero en el momento que su mano fue tomada Viego, su mueca se acentuó, destilando una jovialidad que sólo se despertaba en ella cuando subía a los escenarios. Con un sutil rubor entre las mejillas, miró un segundo al público y después al culpable en cuestión. Fue su mismo actuar lo que la animó a levantarse de su banco y acercársele sin vergüenza alguna. A pesar que había entedido sus palabras, si quería decirle algo, lo haría directamente. Colocó una mano sobre su hombro, mientras la otra se encargó de acomodar un mechón de su cabello detrás de su oreja.

— Y yo no lo habría logrado sin ti —susurró a su oído tras una sutil carcajada—. Gracias por todo —se apartó apenas unos centímetros de él, como si batallara consigo misma para guardar su distancia. Pero no lo logró, porque a ese pequeño gesto lo acompañó un beso que depositó en la comisura de sus labios.