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‹ . . 𝓓𝓸𝓼 𝓭𝓪𝓶𝓪𝓼 𝔂 𝓾𝓷𝓪 𝓷𝓸𝓬𝓱𝓮. ›
— Cariño, te ves bien. — Una de las tantas frases que utilizaba la rusa en citas tan sofisticada. ¿Qué tocaba? Un funcionario no tan público pero respetado entre sus pares aunque desde un punto muy lógico tiene un gusto explícito porque el vestido que debía usar enseñaba mucha curva y escote; casi el centro de atención , no se esperaba más de un hombre como este. Sentada al lado del mayor, se tomaba su tiempo en observar su móvil porque hoy iba debutar una compañera suya y necesitaba saber si estaba en la fiesta. [. .]
 
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con una dulce sonrisa, agachando avergonzada la cabeza asentando varias veces. Rodeo su brazo con el de éste, muy elegante trajeado y con un aroma agradable de una colonia cara. Conforme caminaban entre las mesas pudo ver a su amiga sentada en una con otro hombre y antes de decidir en qué silla sentarse, el amigo del funcionario quien caballerosamente jaló la silla invitándola a sentarse cerca de Ursula. — Gracias — Responde Lana y se acomoda dejando sobre la mesa cerca de ella su bolso de mano pequeño, traía poco efectivo además del teléfono. — ¿Llegamos muy tarde o apenas estaba empezando? — Trata de reír pero los nervios le ganan y comienza a entrelazar sus manos frotando los dedos entre sí de manera discreta, mordiéndose el labio inferior.
 
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