Sylphiel nunca había destacado precisamente por ser una hechicera elemental, lo sabía, pero... ¡¿Zanahorias?! ¡Era demasiado!
—¡Debes soltarte, Sylphiel! Tu magia no fluirá si no lo haces —extendió una mano a modo de demostración, concentrando su esencia en la punta de su dedo índice ahora extendido—. Más allá de tu afinidad mágica, deberías ser capaz de crear un pequeño proyectil —explicó, a medida que el extracto de fuego comenzaba a materializarse como una pequeña bolita ardiente en su dedo—. Fija tu objetivo al igual que una diana y pon toda tu concentración en la energía que estás creando —la esfera se ensanchó en sí misma, refulgiendo con furia en su interior—. ¿Tienes alguna motivación? ¡Úsala! Pero ten cuidado con las emociones, pueden desestabilizar un ataque, haciéndolo más débil o, por el contrario, incontrolable... Una vez que lo hayas conseguido: dispara. —una estela de fuego se desprendió de su mano con un silbido inmediato. Una única, pero abrasadora llama, envolvió el tronco en una espiral. La bola de fuego era uno de sus hechizos más afines, de modo que controlarlo a voluntad le resultaba sencillo; esperaba que pronto para Sylphiel también lo fuera, o, al menos, que fuera accesible dentro de su capacidad...
—Sylphiel, dime una cosa... —parecía realmente curiosa— ¿Cómo fue que lograste aprender a usar el Drag Slave. Es realmente sorprendente.