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Una vez, vieron el mundo las hijas de Corazón de Acero y Gala la Soñadora. Mellizas dispares, caras de una misma moneda. Primero llegaría Frida, dueña de corazones más allá de las montañas y valles, una promesa de protección sobre su pueblo y para la conquista.

Poco después la siguió Medea, hija de su madre, iluminada por los dioses desde edades tiernas, sombra de su hermana. Dada a los Viejos Misterios, al conocimiento antiguo mas ausente de la magia hechizante de Frida.

Cabellos de ébano, de castaño, a gritos sus nombres corrían por el bosque, y como susurros de humo se propagaban fuera de él. Así se murmuraba por el presunto asesinato de Frida por su niña de acero; Helka. Se hablaba de cómo la degolló en el frenesí del guerrero con sus desnudas manos, y de cómo Medea presenció la escena en un bosque donde el verde se volvía rojo candente, el aire era de ceniza y la tierra se mancillaba en una mixtura de sangre muerta y viva. En esas mismas tierras los dioses la contaminaron con la semilla de los primeros Cazadragones tras siglos de leyenda.