"Si... es aquí. Aquí es donde mis memorias terminan. Aquí es lo más que alguien ha portado la espada y vivido para contarlo. Así es... a pesar de las incontables batallas que he visto, la Tsurumaru Kuninaga no ha estado en combate tanto tiempo como el que crees ¿Te sorprende acaso? Descansa tranquilo... pues ahora que Master-dono me ha dado todo este poder, yo mismo me aseguraré de que no siga el mismo trayecto"

Mis palabras brotaron del corazón. Vi en sus ojos algo familiar y un gran peso que cargar. Vi inocencia y sangre derramada. Vi en el alguien a quién servir como un samurái. Con cada ascensión mi apariencia se asemejaba más y más a la de un guerrero leal y abandonaba la de un ronin. Mi cresta brillaba resplandeciente para pelear por Chaldea y la supervivencia de la humanidad.

La única razón (además de verme obligado a hacerlas) por las que seguía con ello era debido a este fenómeno llamado...



Debido a la carga asumida por el propio sistema FATE, la invocación de un Servant no considera su estado ápice: la cumbre de sus habilidades. Es responsabilidad del Master proveer la experiencia necesaria a través de batallas y objetos imbuidos en magia para fortalecer al Servant a su máximo potencial, que se considera el punto más conocido de su historia. Esto puede significar que podría terminar más joven o viejo... pero debido a mi misma naturaleza solo experimente un cambio en mi guardarropa.

Al poner un pie en este nuevo mundo supe que mi razón de estar presense se debío al Sistema de Invocacion FATE de Chaldea y no por los medios convencionales como una guerra por este "Santo Grial". Logré conservar algunas de mis memorias y francamente, pienso que es lo mejor, pues busco empezar de cero en esta forma.

Para lo que no estaba preparado era para toda la experiencia que perdí. Mi vínculo con el que ahora es mi Master, Fujimaru Ritsuka, era débil y debía fortalecerse a través de múltiples misiones de recolección que poco a poco se volvían repetitivas.