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JB1535635 · F
(...) Y la indiscutible expresión de confusión invadía el rostro familiar de Myrcella LaLaurie. Como si hubiera despertado de un sueño tan largo como duró las consecuencias de la Peste Negra que ella había traído.

Era un mal momento para crisis de identidad. No, era el peor momento para crisis de identidad.


—¿Qué has hecho? —enojo. Myrcella estaba enojada. ¿Cómo no? Cuando fue asesinada pensó que hasta ahí quedaba su lista de fatalidades. Y lo que sentía debajo de ella, lo que se removía ansioso, hasta parecía similar a cómo habían sido las cosas cuando abrió las siete puertas de los dominios del Infierno por un instante, solo uno que condenó a muchos.
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Jenna no pudo explicar qué pasó después.

Fue su voz. Estuvo segura. Apenas había dado un paso en su dirección para cumplir su infantil sueño de infancia cuando su consciencia se volvió tan negra como las sombras que se arremolinaban bajo ellos. Capaz escuchar a un Dios relacionado a la muerte no había sido la mejor idea. No cuando su cabeza era un terreno minado de vidas pasadas, aturdiéndola al punto que no estaba segura quién era.

Una de las tareas más sencillas: recordar quién era y obstruir el paso a cualquier otro individuo. Era demasiado tarde. Todos habían escuchado al Dios para convertirlo en el detonante de un fenómeno que se veía pocas veces. Contadas ocasiones.

Cuando volvió en sí y levantó el rostro, sus rasgos habían cambiado por completo. Los rizos reemplazados por unos mechones largos que caían sobre sus hombros. Sus característicos ojos azules habían sido consumidos por unos cafés. (...)
T1572368 · M
todo pocos podrían decir que escucharon alguna vez a un Dios hablar. Además, algo más pasó en ese momento. Las sombras, las sutiles y apenas visibles sombras que se proyectaban bajo las ventanas y columnas que sostenían los barandales se fueron alargando, recorriendo, a una velocidad asombrosa. Formaron una mancha bajo Devan, quién con un movimiento rápido y ágil se inclinó frente a Jenna, haciéndole señas para que trepara por su espalda.

— No puede ocultarnos mucho tiempo, solo tenemos un par de metros, no te muevas muy brusco —
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No tuvo que dar muchos pasos para notar como el suelo bajo sus pies se agrietaba cada vez más. Las voces por los pasillos, cada vez más cercanas, hacían solo mucho más obvio que no estaban solos en aquel lugar.

Al final del pasillo una puertecilla comenzó a abrirse y Devan tuvo que plantearse que hacer. Su única opción era Kara, por supuesto, sin embargo como actuara con ella era el dilema. ¿Le importaba realmente el bienestar de aquellos que pudiera perjudicar Jenna con su inestabilidad? Quizás si Kara envolvía a la reencarnada ésta pudiera contenerla, aislarla en su propio Hades personal. Sin embargo, no estaba del todo seguro que su sombra no resultaría herida y aunque le hubiera tomado cierto afecto a Jenna, Kara era demasiado especial para arriesgarla.

Kara... — Susurró y por breves segundos, pareció que el joven Dahll no se encontraba más ahí. Su voz cambió por un instante, no estaba del todo seguro si ella sería capaz de percibirlo, después de todo pocos podrían
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—Me aseguro que mi siguiente vida sepa quién era Jenna Bane a través de titulares escandalosos, sí —la risilla tonta, producto del cansancio, salió y después saltó con los gritos del contrario—. ¡Seguro que con tus gritos me calmo! —no era el momento ni el lugar para empezar con las riñas. A regañadientes lo siguió; sin embargo, parecía que lo que fuera que tocara terminaba agrietándose.

El suelo empezaba a agrietarse más y más. De no ser por la conmoción entre Devan y ella, capaz y podrían escuchar guturales gruñidos provenientes de ansiosos demonios, listos para abrirse paso entre todas esas grietas y darse un festín con los mortales—. Cárgame.

El sueño frustrado: a caballito, porque la muchacha se había pasado toda la infancia encerrada en un psiquiátrico, privada de paseos a caballito por unos padres que no habíam hecho más que brillar por su ausencia. De nuevo: no era el momento y tampoco el lugar.
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— Eres una fábrica de titulares escandalosos, ¿verdad? —Se rindió por fin en la ventana, en parte por que de pronto temió que le saltara un cristal en el ojo si llegaba a romperse el vidrio. — ¡Jenna, calmate! —Gritó a la par que las sirenas comenzaban a sonar, alertando de una evacuación. Se acercó lo más rápido que pudo, tomando su diestra, jalando su cuerpo para guiarla hasta donde él consideraba que estaba la salida— Salgamos de aquí, primero. No quiero arriesgarme a terminar en un lugar peor.
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Abrió y cerró las palmas. Una, dos, tres veces. Sus dedos seguían oscuros. Comenzaba a familiarizarse con esa vista y eso le revolvía el estómago. Sus manos ahora tardaban más en volver a la normalidad—. Para ser alguien familiarizado con la muerte no violenta, me inspiras todo lo contrario. —Jenna detestaba los psiquiátricos, pero capaz su inconsciente tenía un punto y era momento de encerrarla de nuevo.

Jenna estaba perdiendo el control. Y no de una buena forma, porque para ella sí existía eso, sino de la peor forma: su poder empezaba a superarla. A consumirla. Por eso lo había buscado, capaz él tendría una idea de cómo retener todo en un cuerpo mortal. Como él, ¿no?

La reencarnada apoyó la espalda en la pared y se deslizó hacia el suelo solo para sentir cómo la tierra se movía y ¡zas! una grieta. Jenna resopló:— Voy a derrumbar este lugar también si no se te ocurre algo.

Genial, ahora estaba delegando responsabilidades.
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Para su suerte, Devan le siguió exactamente en la misma posición con la que había empezado todo aquello. Apenas y notó el golpesito contra la pared cuando por fin pararon y pudo descansar la espalda contra aquel muro. Las piernas le temblaban, pero aún así, fingió erguirse como si nada, mirando a su al rededor.

— ¿No te parece un hospital? —Inquirió, mientras caminaba hacía un ventanal polarizado, inclinándose para tratar de distinguir lo que había del otro lado. — ¿Por fin te ha traicionado el inconsciente que te ha mandando a un psiquiátrico?
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—¿Será que tienes una idea de dónde estamos?

Preguntas más tontas habían. La suya nacía por la natural desorientación de alguien que acababa de escapar a través de varios portales.

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