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-El sendero estaba salpicado de tesoros que por alguna razón los viajeros habían dejado allí. Algunos no tenían valor, otros parecían ser costosos. Estaban esparcidos de forma desordenada, como si algo hubiese provocado que hubiesen salido corriendo con tanta prisa que lo material salía sobrando.
Ese era su pasatiempo durante el día. En esas horas de luz era etérea, invisible, y se divertía con ello. Las sombras de los árboles eran sus cómplices y junto con las formas del bosque creaba pesadillas para los comerciantes, luego coleccionaba lo que ella consideraba el pago por el entretenimiento.
 
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Soren · 100+, M
-Dio impulso leve a la sonrisa, y con los dedos marchitos de su propia sangre, acarició el rostro de la dócil dama, que ahora, delirando, la empezaba a ver de otros modos. El tema fue que le cayó el veinte una vez sus dedos se resbalaron con cautela contra el abdomen, y el ardor mató la poca insinuación. Entonces ocurrió lo que esperaba, que el punto exacto de la herida estuviese parejo al abrirse, y con ello, empezar a saturar poco a poco a base de un hilaje de hierro de su armadura suelta. Gritó a los cuatro mares durante media hora, de tanto tacto agonizante al atravesar con esa aguja la punta de la carne al frío, que si bien cerraba... Le infectaba hasta hacerle desmayar por momentos. Quizás abruptas horas pasaron... Y él, él no reaccionaba.-
 
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