Su cola se erizó ante el impacto del residuo de manzana contra la puerta. —¡...!— Su madre siempre le había dicho que fuera discreta mientras permanecía ahí, pues cualquier cosa que llamara la atención de los vecinos podría terminar con su tranquilo escondite perfecto. Apretó su mandíbula con fuerza, estaba perdiendo la paciencia ante las constantes provocaciones del felino intruso. Hizo uso de sus orejas para saber si algún humano se encontraba en las casas adyacentes a la suya, para su fortuna, no se escuchaba nada, lo cual significaba que muy seguramente no se hallaban en casa. Dejó escapar un suspiro de alivio que trajo de vuelta su espíritu a su cuerpo. Enseguida, volvió a fijar su mirada en el albino al ser oyente de sus palabras.
—¿Acaso te volviste loco, gato? Jamás bajaría la cabeza ante una bola de pelos como tú...
El orgullo era un rasgo característico de los lobos, razón por la cual reaccionaban ante la más mínima provocación, pero a diferencia de los perros ellos no caían tan fácilmente como para actuar desesperadamente. Frunció su cejo ante tal desafío articulado, deseaba callarle la boca al responsable de que su tranquilidad estuviera en peligro, pero sabía perfectamente que debía mantener la calma y no actuar por impulso, pues de hacerlo, el único que conseguiría la victoria sería su opuesto. Una grácil sonrisa se definió entre sus labios tomando con su diestra una manzana mientras con la otra acariciaba su cola con suavidad.
—No me confundas con un perro cualquiera, gato~ Jamás caería en una trampa como esa.
Murmuró, pues sabía que, como animales, ambos eran capaces de escuchar lo que los humanos en su vida podrían.
