— Alguien que mora sin destino fijo, más quizá con un propósito. — Explicó del porqué le llamaba errante, sonriendo y señalando hacia su vestido y ropajes que claramente mostraban su casta de aventurera y viajera. Entonces soltó una suave risa no burlesca si no notándose un tanto deleitado ante semejantes palabras. Le encantaba ver a alguien que descubría más de la vida y ser parte de ello le emocionaba. — Nunca lo sabrás si no lo pruebas. — Dijo de modo sereno, y sin duda alguna vertió algo de té helado con tapioca en una taza de porcelana del juego que traía, si bien muchas veces bebía solo para meditar. Ofreció la misma hacia ella con una delgada mano extendida. — Adelante, por favor. —

— ¿Errante? Suena duro una carga de ese estilo, aunque también un tanto envidiable. Después de todo, debe ser reconfortante vivir acobijado bajo un lazo familiar entre mortales. — Expreso, mientras cruzaba ambos brazos, notándose aun un tanto a la defensiva, dado que no estaba acostumbrada a conversaciones extensas. —¿Qué es te de tapioca? Hace poco un par de amigos me invitaron una bebida con un nombre relacionado a lo nevado, ¿Es algo parecido a ello? — Pregunto de manera curiosa, mientras daba unos pasos hacia adelante.

— ¿Bendecido? Lo dudo sobre manera, señorita errante. Al final la mayoría de las cosas que he obtenido han sido bajo un destino que he creado, ya no más bajo la sombra de mis antepasados mas honrándolos. A fin de cuentas ¿Quién forja nuestro destino más que nosotros mismos?— Admitió de modo calmo y humilde, claramente no sintiéndose superior ni nada por el estilo, sonrió con suavidad, y ofreció asiento a su lado, en un suave campo entre bambúes de donde podía verse el brillo plata de la luna. — ¿Gustas té de tapioca? Es mejor que estas noches de meditación y conversación no se pasen en soledad. Y nada mejor para ello que un dulce sabor. — Su voz elegante, educada y amable sin duda llegaba cual amistosa seda a sus oídos.

— Cierto, aprendí eso hace poco... — Respondió con mayor calma, mientras desviaba la mirada de manera reflexiva. — Veo que has sido bendecido entre los mortales; ahora entiendo porque discrepamos tanto. Puede que tengas razón, pero poco a poco estoy adhiriéndome a las costumbres y comportamientos humanos. Una... persona me demostró que incluso seres como yo tenemos la oportunidad de una vida normal. — Musito con serenidad, mientras divagaba sus recuerdos en su ultimo encuentro contra la señora del vórtice osial.

— No todos los encuentros son hostiles, ni todos los enfrentamientos de armas, señorita que ronda. — Añadió así con una suave voz, sorbiendo de su taza, al tiempo que sus ojos subieron a los de ella, cálidos, amables y serenos así como claro su personalidad. — Mi padre en antaño nos enseñó a mi hermana y a mí, que hay que nutrir el alma y mente, tanto como el cuerpo. Puedo notar tu forma fuerte, elegante, ¿Pero es a caso que también has alimentado los otros aspectos esenciales? ¿Cómo comparar una taza delicada de porcelana y un aromático y dulce brebaje con proezas de guerra y violencia? —

— Puede ser... Aun hay muchas cosas por aprender después de todo. — Expreso de manera tajante, mientras volteaba en dirección a la voz que acababa de escuchar, encontrándose con alguien a quien no recuerda haber visto antes. — Que extraña sugerencia, los Adeptus suelen dar aprendizajes a través de enfrentamientos ¿Acaso eso es lo que buscas? — Respondió en una tonalidad neutral, mientras llevaba su mano hacia su lanza.

— Quizá sólo se refiera a las metas aparentemente inalcanzables, ¿O tendrá a caso un significado algo más profundo? — La voz como seda emergió de entre los labios del varón de delicadas facciones, quien sonreiría con suavidad hacia la mujer, quien quizá se preguntaría entonces cuánto tiempo llevaba ya aquel varón de elegantes ropajes orientales, con una taza entre sus dedos, y pose de meditación. — Es hermoso reflexionar sobre nuestros aprendizajes, aunque queda mejor con una taza de té. — Admitió de modo invitador.