Uno exigía más del otro, y mientras los brazos ajenos lo acercaban más por el cuello, las manos propias deshacían toda atadura de sus ropas, se metían bajo ellas y acariciaban la piel en el abrazo. Demandaba más territorio en su boca con su lengua, y al mismo tiempo en su cuerpo con sus manos, deslizándolas por su trasero para apretarlo con más propiedad que aquella vez.

Aprovechó aquello para rozar su entrepierna contra la contraria, y en la fricción se sintió que su virilidad había comenzado a despertar y no tardaría mucho en demandar.

—Desvístete, ahora.

Logró musitar apenas se separaron sus labios, la respiración afectada imposible de disimular.