Tras dejarlo a las afueras del castillo en su forma dracónica, volvió a transformarse para retirarle las ataduras, pues detestaba recurrir a las mismas medidas que su torturador, aunque las intenciones fuesen distintas.
—Meiren, sé que me odias, pero esto no quedará aquí. Incluso luego de desatarlo, lo volvería a tomar entre brazos para dejarlo a la puerta de su cárcel, aunque el pequeño dragón lo detestara por eso.
Aunque Meiren le ordenaba algo, él insistía en el asunto. Después de que las nodrizas acomodaron el huevo, supo que lo mejor, por el momento, sería dejarlo cerca de él. Avanzó hasta la cama, dejándolo con cuidado sobre ella y luego se irguió observándolo, casi con fuego en la mirada.
—Voy a volver. Y si no vendrás conmigo, tampoco dejaré que él se quede contigo.
Sentenció antes de salir del lugar. Estaba decidido a ir por el Emperador.
