Tras dejarlo a las afueras del castillo en su forma dracónica, volvió a transformarse para retirarle las ataduras, pues detestaba recurrir a las mismas medidas que su torturador, aunque las intenciones fuesen distintas.
—Meiren, sé que me odias, pero esto no quedará aquí. Incluso luego de desatarlo, lo volvería a tomar entre brazos para dejarlo a la puerta de su cárcel, aunque el pequeño dragón lo detestara por eso.
Se había dirigido al castillo con precaución tras todo lo que había escuchado antes en la aldea, sin embargo éste parecía estar vacío, sólo quedaban personas que le importaba muy poco lo vieran en aquella forma o en su original.
Al ver a las nodrizas acercarse, les clavó una mirada severa, apretando a Meiren contra su cuerpo.
—Si le ponen un dedo encima voy a derrumbar este asqueroso lugar y a matar a esa mierda de Emperador suyo apenas se aparezca.
Atizó con completo asco, abriéndose paso en el sitio, procurando con todas sus fuerzas no elevar su temperatura por la aversión que sentía por esas paredes.
—Guíenme hasta la habitación, sólo he venido a dejarlo a salvo aquí.
Parecía que no prestaba atención a otro que no fuera Meiren, pero había logrado ver bien el huevo, lo había examinado con la mirada y había sentido alivio de que estuviera bien, pues si el huevo estaba bien, Meiren -aunque roto por su culpa- estaba bien.
