Sentirlo distante y melancólico a su al rededor no le gustaba. Comprendía que había mil tormentas en su cabeza, así lo conoció, pero quería creerse capaz de apaciguarlas; o al menos brindarle un poco de la quietud que sentía a su lado. Impaciente por ello, lo tomó en brazos y se inclinó sobre su cuerpo, acercándose a sus labios, demandante.
Se mantuvo en silencio, sabiendo que cualquier cosa que dijera sería inútil para reparar nada. En sus ojos se veía que estaba roto por dentro, si le corrigiera que jamás afirmó que era el único, o que sus palabras fueron siempre ciertas, sólo lo heriría más.
—Necesitas reposo, Meiren. Déjame llevarte.
Extendió sus manos para tomarle de los brazos, queriendo alzarlo, llevarlo a un lugar seguro, incluso cuidar de él, aunque no quisiera tenerlo cerca.
