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YuiK1533361 · 26-30, F
Sabía cuales eran los efectos secundarios... entre ese mar de lágrimas se arrodilló en el suelo, llevó ambas manos a su torso y esperó unos segundos. Una fuerte punzada en el pecho se hizo presente, misma que la hizo caer de costado en ese entorno iluminado acompañándose de un ahogado quejido. El pensamiento destructivo de "en este entorno tan limpio la única basura soy yo" se fue diluyendo lentamente conforme el dolor punzaba a un costado de su corazón.

Y así se fue apagando... sus sentidos comenzaron a neutralizarse, todo se volvía más simple y ameno y a la vez, el agotamiento extremo le pasó la cuenta. Allí se sumió en un descanso donde los sueños no tenían cabida, donde la oscuridad más profunda y el silencio se hicieron uno con el subconsciente de la ermitaña azul.

Esa ermitaña azul... esa Aoi Inja que quería volver a ser con total obstinación.
YuiK1533361 · 26-30, F
El último siseo de la cápsula dejando al fin el laboratorio hizo que sus sentimientos se desbordaran. Le dolía el pecho, sus ojos se transformaron en el caudal de río contra el que siempre luchaba y le era difícil mantenerse en pie, motivo por el cual tambaleaba y se afirmaba a las paredes del pasillo con ambas manos en su búsqueda por el único escape que se le ocurría.

La puerta se abrió, el edén blanco y estéril llegaba a ella.

Tanteó con las manos desesperadamente en los cajones buscando una caja con fármacos. "Sertralina inyectable 50 mg". Extrajo la ampolla con las manos temblorosas mientras trataba de respirar profundamente; de esta manera los sollozos comenzaron a amainar, ganó el pulso necesario como para destapar la jeringa con los dientes y finalmente en un movimiento más diestro introdujo el líquido en el contenedor y se inyectó en la vena, específicamente en la contraparte del codo.
de sus propios paseos laberintos. Se vio así mismo, perdido en los callejones con los que solía planear con Mikio los diseños de manera clandestina, con el automóvil con las luces bajas, echado sobre el volante llorando donde nadie le oía. Llorando como si fuese la primera vez en que lo hacía, no sabía hacerlo y tampoco pedía tutela, pero la cara le dolía. Su celular a su lado marcaba mensajes usuales dado a la continua afluente de mensajes que había invocado, señal de que iba a liberar turnos para tatuar ese día. Su única forma de exponer su dolor era esa, al mundo, de si mismo.
Escapó, ya que no había ni más esperanza ni otra cosa que pudiese escapar de su flagelo ¿A donde iba a ir? No había lugar en el mundo en cual no se sintiese perdido ni ausente, por eso es que la vida le pesaba a más no poder. Seikichi Tanizaki jamás se arrepentía de nada, ni del dolor que causaba; en efecto es que era un tatuador. Aún así, la incomprensión real y la falta de empatía eran peores, eran peores al punto de devastarlo y volverlo un autómata vacio de todo sentimiento, cosa que no podía ser un tormento mayor para el bohemio. Se estaba convirtiendo en lo que tanto odiaba, en lo que tanto le causaba la duda que desde el momento que llegó al hogar de Yui y que ahora, por segunda vez del día le llegó: No comprendía su propia alma. Eso era peor que no tenerla, eso era peor que ser un demonio, era peor que ser un cruel monstruo que le llevó al peor de todos los abismos espirituales, no había nada peor que un humano que era carente del poder de sus palabras, de sus sentires y de...
YuiK1533361 · 26-30, F
Entró en la habitación susurrando a Datako que preparase la partida de Tanizaki Seikichi hasta el piso más uno, es decir, que no fuese necesario el electromagnetismo para subir del todo la cápsula hasta su salón de estar. Datako interfirió en ese momento con su voz amable:

─ Iniciando protocolo de evacuación de entidades extrañas. Por favor Tanizaki Seikichi. Haga ingreso a la cápsula para el retorno seguro.
YuiK1533361 · 26-30, F
Las lágrimas rodaban por sus ojos vulnerando la impecable y descansada superficie de su piel. Sus ojos se ponían rojos y se mezclaban con la luz índigo de sus iris. Sus labios estaban fruncidos por la ira y por esa voluntad implacable que la llamaba a encontrar la frialdad para no ceder, para no caer en el abismo del sufrimiento. Sus labios al fin se entreabrieron, inspiró profundamente y al exhalar, un susurro calmo, despoblado de sollozos, llenó la habitación principal.

Notas en la agenda número cincuenta y seis. Cito: "Y si algún día llegase a generar un lazo correcto en mi vida, jamás podría dejar de trabajar para lograr mis sueños. Y si ese lazo me detiene, me soltaré... finalmente, si no le temo a la muerte, menos entonces a la traición."

Daba a entender demasiadas cosas, entre ellas que jamás sería ella quien le buscaría.
YuiK1533361 · 26-30, F
Palabras cortadas era lo que podía apreciar de la larga verborrea del artista, algo que se estaba volviendo ajeno, algo que la volvía a reprobar y a aplastar una y otra vez. Sentía que la pisoteaban cuando estaba en su momento más vulnerable pero ya no importaba, porque sus barreras estaban tan altas que no podía asimilar el contenido completo de sus alusiones. Las emociones le nublaban la razón, se autoconvencía de las pocas palabras que tenía para decirle, se esmeraba en dejar a un lado las mil y una explicaciones que tenía para romper con todos esos argumentos, que a ojos de Yui tenían una naturaleza falaz, que desde su perspectiva manaban como heces putrefactas de la boca del Tanizaki, "el ignorante Tanizaki".

Se apartó de él caminando hacia el umbral de farmacología que daba a otro recinto cerrado y apartado del cuarto central. Presionó un botón anexado a la pared justamente cuando Seikichi dijo la última palabra, dejando que se abriera la puerta.
haga ver las cosas de otra forma, que tenga su propia visión de las cosas. Si hoy hubiese perdido mi lengua, si hoy no hubiese dicho una palabra; solo hubiese sonreído o solo hubiese tomado esa mano sin decir nada serías una mujer feliz. De eso, una dulzura del Jigoku en su sonrisa: sentía su propio dolor y sumado el propio en su acto de confesión de responsabilidad. Me iré, pero yo no puedo pagar ese precio, si me amas como yo te amo comprenderás que jamás podré callarme. Así como jamás te he callado cuando hablamos, sin importar las cosas horribles que nos hemos dicho alguna vez.

Y dicho eso, se alejó, con el respeto medido que le tenía pese a la situación severa. No había desafío, ni tampoco aire de amenaza, solo la franqueza de un alma herida que lloraba tendidamente sin expresar nada, era su forma de expresar tormento.

Sabes donde estaré cuando no quieras callar.
a ser insultado simplemente por preguntar, por cuestionar e indagar. Cumplí cada una de tus instrucciones, presenté el debido respeto a tu lugar de trabajo, me atreví a con toda calma incorporarme a tu mundo para participar de él. Había un gran deje de amargura por parte del tatuador, que permitió dejar ver en su tono no furia, ni tampoco vida. Señal de que más que una de las peleas que solían tener las palabras del Maestro sonaban de igual manera decepcionadas de las demandas ajenas, lo repetía fuera de toda pertinencia; salía del lenguaje, divaga, ¿Dónde? No podría descomponer la expresión ni actuar más que en breves gestos.

Y ahí no hubo quejas, me mantuve en silencio de templo para cada uno de tus misterios, pero cuando me instaste a hablar...Fue tu rostro, sí, fue tu cara, puedo verlo todo, ya que todas las noches me pertenecen tus miradas cuando estamos juntos y puedo leerte más que las hojas de tu diario, puedo ver que no deseas a alguien que te...
a Aoi Inja no le afectaba en realidad. Lo que de verdad le afectaba era primero, su incapacidad de sentir que sus palabras estaban erradas (para él nada de lo que decía era así) sin embargo, se sentía mal porque el dolor ajeno le afectase de esa manera. Los ojos de Yui tenían esa capacidad reveladora que su atenta vigilia podía detectar y asumir como grandes condenas de su propia realidad, aún más llamativas que la mano "invitándole" a irse. Seikichi se mantuvo turbado por su cercanía, y los gritos le perforaban los oídos con mucha fuerza. Sus parpadeos y su mirada descendieron un instante, para evitar quizás una mirada directa mientras ordenaba sus palabras, seguía igual de erguido.

No soy yo quien se cree un Kami, no. Esa eres tú, Katai Yui, que instas a las personas a salir de su "maldita ignorancia" para solamente atacarlos cuando las respuestas no satisfacen su criterio... Negó, pues así lo veía, al menos así de ofendido se sentía, como un idiota que había venido a...

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