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19:00hs.
 
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comparable al mismo Raijin invocando truenos, tempestades y toda parafernalia caótica. Su rostro se podía espetar como una desdicha canalizada en sus facciones algo perdidas, algo fusionadas con la oscuridad de su pensar, si fuese capaz de <<sentir>> una presencia ajena, mucho menos una de tal heráldica demoniaca era un completo misterio, más incitaba quizás el capricho de cualquier ser el romper ese mutismo tan encantador que tenía quien se perdía en si mismo.
A Seikichi no le quedaba nada más que el exilio de sí mismo: no alejarse de Yui (lo ha hecho ya una vez, sin resultado), sino exiliarse de sus demonios, o peor todavía: terminar con esa energía delirante que se llama los Sentidos. Para el exilio estaba el templo y para el templo, la soledad. Soledad quizás inexistente, pues muchas veces el lugar parecía ser un cumuló de misterios que su mente alejada de la parafernalia podían atreverse a entender. Estaba sentado con una humildad sin precedentes en uno de los ruinosos escalones internos, sin importar que el traje que un fino sastre pudo haber confeccionado a medida se ensuciara con el polvo, o el lodo que existía ahí como un maná eterno. Solo el humo de un cigarrillo encendido en sus labios parecía brindarle compañía al colérico tatuador. No tenía parálisis dado al elocuente tratamiento que le brindaron para expulsar el veneno que mermo su habilidad suprema, sin embargo, la rabia que ese nipón pudiera canalizar en su cuerpo era...

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