Se mantuvo silente, como si el viento que se colaba por la ventana abierta de la habitación se llevara todos aquellos pensamientos innecesarios que comenzaban a arremolinarse en su mente. Tras escuchar la voz del mayordomo en respuesta a sus palabras, dejó caer se cuerpo sobre el espaldar del imponente asiento que sucedía a su escritorio.
Asintió un par de veces, quizá más, mientras prestaba atención a las investigaciones que el demonio había hecho. Conocía bien su eficiencia, sería más que claro que cada vocablo emitido habría pasado de ser una hipótesis a una conjetura.
––Florecillas, ¿hah? Es la mejor metáfora para evocar la imagen de una mujer, aunque lo suficientemente discreta como para colarse cual rumor entre los muelles.–– Manifestó en voz alta, para tras unos segundos agregar:––Si esta trama ha de implicar jóvenes, francamente podría sentenciar al Vizconde Druitt. Ya lo sabes, Sebastian. Esta es nuestra labor, a servir a la Reina en ese caso.
Su mirada descendió hasta aquel anillo de brillante zafiro que se hallaba en su mano zurda, delineando su silueta con la mano contraria, hundido en los apiñados juicios que se iban reuniendo en su cabeza. Prontamente, todo aquello se evaporó cual ente imaginario. Un comentario por parte del contrario le hizo pegar un respingo que le costó un golpe en la rodilla.
––¿C-Carnada de los traficantes? ¡¿Qué estás insinuando, idiota?!––Sus sospechas estaban muy cerca de ser aclaradas. Ya se veía perdiendo su dignidad en un futuro cercano. Si el azabache quería usarlo como cebo para atraer al Vizconde, podría jurar que aquello implicaría hacerlo lucir como una de sus presas. Una chica.