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Sombría, inexpresiva e imperial.
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JB1535635 · F
Lo primero que pensó al verla fue que se trataba de una cazadora. De un problema adicional al que ya tenía frente a ella. Las cazadoras cazaban a los reencarnados con un solo propósito: el de cortar sus círculos viciosos con la muerte para que ellas también fueran liberadas de su maldición. Si no la persiguieran para matarla, Jenna podría demostrar lo mucho que admiraba su fuerza y su estrategia de combate. Sin embargo, como no era el caso, todo lo que destilaba del cuerpo de Bane era frustración y odio por tener una horda de demonios y también a una cazadora frente a ella. Tendría que protegerse no solo la espalda, sino también la yugular, el estómago y sabría Samael qué más. ¿Es que acaso sería posible? La posibilidad de morir ahí flotó en el ambiente, evaluando qué tan a lo grande se iría si los demonios podían con ella o la cazadora se les adelantaba.

Sin embargo, había algo que no encajaba en la ajena.

Empezando por el aura de majestuosidad que aquella tenía, logrando no solo que la misma retrocediera un paso, sino que también los demonios presentes se replegaran como si fueran más receptivos que la muchacha. Quizás lo eran. Las prendas que vestía también se le hacían extrañas y Jenna podría haberse quedado inoportunamente abstraída sino hubiera escuchado unos chillidos. Volteó con rapidez hacia dos sombras en el aire que se precipitaron hacia ella. Demonios alados. Sexto dominio. Jenna bajó el arma, dando la impresión que estaba indefensa. Solo uno de los demonios compró ese aspecto cuando descendió con rapidez. La hoja de la guadaña volvió a relucir cuando la reencarnada levantó el arma y cercenó una de las alas logrando que la criatura perdiera su equilibrio y cayera sobre el suelo.

La sangre oscura bañó el filo de su arma y en la conmoción del momento, Jenna volteó hacia la desconocida. Era una apuesta arriesgada, pero ella vivía a base de estas. Siempre esperando el mejor resultado:— [b]Después de mi, sigues tú[/b] —sentenció la muchacha conforme clavaba la parte inferior del mango en el centro del bicho y tras un aullido de dolor, este se descompuso en partículas oscuras—. [b]Pelea o muere [/b]—porque la rizada no protegería su espalda a menos que viera si servía o no. Cuando le dio la espalda, fue la única señal que le dio para hacerle entender que no iría contra ella. Quizás después si aquella desconocida se trataba de otra servidora del Dios al que todos dedicaban sus rezos y deseaba exterminarla como muchos otros.

Jenna se mordió el pulgar dejando que un rastro de sangre saliera de este e imprimió el rastro carmesí en el largo del mango. El mismo que no tardó de clavar en el suelo, abriendo una pequeña grieta tras la cual su propia sangre corrió presurosa por regresar a dónde pertenecía: el Inframundo. La reencarnada dejó atrás la espera y se lanzó hacia los demonios del dominio de Gula: de grandes y sangrientas dentaduras, garras listas para hundirse en la piel de su presa y terriblemente rápidos, asegurándose una caza más satisfactoria. La guadaña emitió otro destello, el mango se transformó en una cadena y la hoja colgó de esta cual péndulo. La cadena le sirvió para apresar a un demonio por el cuello mientras que la hoja cortaba el aire en una elipsis que encontró su destino cuando se hundió en la cabeza de otro demonio. Enrolló la cadena en su brazo y tiró sintiendo la vibración del «crack» que hizo el cuello cuando lo rompió.

Un vistazo de reojo le sirvió para ver cómo las emociones de la desconocida eran un imán para los demonios del quinto dominio: Ira. Su dedo índice palpitó cual aviso para que dejara desatar el pacto que acababa de hacer con el [i]criminal del fuego negro[/i]—. [b]No[/b] —renegó a pesar de que sintió el zarpazo en su espalda que le arrancó un alarido de dolor. ¿Eso de ahí era una inyección de adrenalina corriendo por sus venas gracias al dolor? Por supuesto que sí.