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Sombría, inexpresiva e imperial.
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JB1535635 · F
───── Las calles de Brooklyn; madrugada.

Decían por ahí que correr era de cobardes.

Pero, sinceramente, Jenna consideraba que hacía un buen cardio en ese ejercicio que hacía con... bastante frecuencia. Diario si le preguntaban a la rulosa que no perdió tiempo antes de saltar hacia las rejas y treparlas con una agilidad adquirida por la necesidad de hacer de esas persecuciones algo más interesante. Llegó hacia arriba y calculó las posibilidades de torcerse el tobillo si saltaba desde la cima hacia la acera. Unos gruñidos guturales a su espalda tomaron su decisión y la muchacha se abalanzó esperando esa caída limpia que, contra todo pronóstico y en ese apuro, se dio. No tuvo tiempo para imitar la voz de un anunciador y darse diez puntos por ese salto. No si quería continuar corriendo hasta que no le quedara más alternativa que enfrentar a la audiencia que había abierto grietas frente a sus narices minutos atrás.

La mala suerte de Jenna la había llevado a encontrarse con estos. La buena suerte de los demonios era que se habían encontrado con el depósito de Samael. ¡Un golpe de suerte de novatos!

Jenna tendría que hablar con los mellizos para que hicieran otra limpieza al Inframundo, porque al parecer estaba un poco bastante lleno. O lo suficiente como para que los demonios de diferentes dominios tuvieran la oportunidad de abrir grietas hacia el plano de los vivos. Más grietas de lo que a uno le gustaría contar. Porque cuando Jenna salió de ese callejón y se abrió paso hacia la avenida abandonada, entre tantas, de Brooklyn, fue la que observó en primera fila cómo dos grietas más se abrían. El suelo se sacudió y un ligero temblor se expandió por todos sus alrededores llegando a ser registrado por la reencarnada que, mucho más que continuar corriendo, echó raíces en su lugar.

¿Resignada? No necesariamente.

Simplemente no le apetecía abrir otro portal en el cual, seguramente, se colarían más de dos demonios, drenando su propia energía. Además, sabría Samael a dónde la llevaría un salto como aquellos con demonios detrás de su cola. Conforme los gruñidos se abrían paso en el silencio de la noche, la rulosa movió los dedos de la diestra en un movimiento lento pero tentativo. Tentativo a lo que iba a pasar dentro de poco cuando una de esas criaturas se abalanzara sobre ella como si se tratara de un objetivo fácil. Lo cual, dada su apariencia, daba a entender.

Y esos estigmas se rompían una vez que la diversión empezaba.

Como por ejemplo, con un gruñido. Por el rabillo del ojo lo captó y se volteó para enfrentar al demonio en vuelo que aterrizó sujetándola por los hombros y se la llevó hacia atrás. Jenna cayó de espaldas y antes de que las garras se hundieran en su piel y se convirtieran en ganchos, propinó una patada al monstruo, retirándoselo de encima. Se reincorporó con rapidez y soltando una maldición por lo bajo, y el brusco trato con que la habían recibido, se retiró el anillo del meñique de su diestra, dejando que un resplandor lo invadiera. El mismo que le compraba un par de segundos ante la predecible adversidad que residentes del Inframundo podrían poseer respecto a ese elemento. Aprovechó aquellos instantes de distracción y resplandor para blandir la guadaña y dar un corte tentativo hacia adelante que despejó la primera fila entre siseos y gruñidos como prueba a que acababa de hacer un buen trabajo.

Sin embargo, Jenna no era tonta. Sabía que no podría sola contra todos estos. Apretó la mandíbula con enojo, respiró con fuerza y dio vueltas lentas en su propio eje, intentando que ningún otro monstruo se le lanzara por sorpresa y terminara con la diversión más rápido de lo normal. Emilia podría empezar a llamar a los Holmes, que seguro esa noche Jenna volvía hecha jirones a su apartamento en Bristol—. ¡Bueno! ¿Qué están esperando? ¿Una segunda participante? —preguntó, incrédula. Ojalá tener a un segundo participante.