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[The seer without eyes]
 
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SK1566354 · 26-30, M
Una sencilla palabra nació en su mente, incapaz de tocar el aire y alcanzar los oídos de nadie. Fue para ella, solamente para ella; guardada en el interior del varón quizá por el miedo, quizá por la vergüenza de no ser más que otra marioneta para los deseos de su padre. Mihael Keen había ayudado a traerlo al mundo, pero también había sido quien le arrebató todo lo que él alguna vez amó.

Perdóname...
SK1566354 · 26-30, M
todo cuanto amaba, hubo de empujarla hasta lo más recóndito de sí mismo, asiendo con una mano trémula e insegura el objeto ritual. Sus dedos apenas lograron desenvolver la daga, de la cual se decía que había sido forjada a partir de un fragmento de meteorito descubierto siglos atrás. Era tan ornamentada, tan magníficamente trabajada, que sería imposible pensar en ella como un utensilio para la crueldad; pero el objeto ya había cobrado antes la vista, e incluso las vidas, de otras senkensha en el pasado: su historia estaba teñida de sangre.

Intentó concentrarse en los intricados grabados en el filo, desconectar su mente de la barbaridad que estaba por cometer. Ni siquiera pudo emitir palabra. Dejó caer la tela, dando un paso inseguro hacia el frente - y hacia Asseylum, sintiéndose incapaz de volver a encontrar su mirada. Seguramente ella lo odiaría para siempre; y lo cierto es que él tampoco podría perdonarse nunca.
SK1566354 · 26-30, M
escalofriante facilidad por el resto del mundo, que solo las veía como objetos, meros instrumentos, puestos en la Tierra para el uso de aquellos con poder. Y fue desde la infancia que sintió la cercanía con Asseylum, llegando a descubrirla mujer bajo los velos de la timidez y el recelo, descubriendo, paso a paso, al ser humano detrás del mito. La amaba, y por ello casi fue incapaz de controlar los temblores que lo sacudieron de pies a cabeza; la amaba, y por esa misma razón se odiaba a sí mismo en ese momento, a sabiendas de que, si no lo hacía él, no solo alguien más tomaría su lugar, sino que lo haría con lujo de tormento antes de cometer atrocidades todavía peores con aquellos que Slein quería, tan solo por castigarlo como Mihael pensaba que él lo merecía. No había otra solución: debía hacerlo.

Su rostro bajó hacia el envoltorio que el clérigo le ofrecía. El hombre sonreía. Una nueva y más profunda repugnancia acometió a Slein, quien, en un intento de proteger [...]
SK1566354 · 26-30, M
¡Hazlo ahora, bajo la mirada sangrienta de la Madre!

Aquellas bestias estaban embriagadas con la sed de sangre producto de la fe ciega y enfermiza en las prácticas brutales del culto. En ese momento, Slein supo que no saldrían vivos de ahí, si es que intentaban resistirse; quizá Asseylum lo sabía al haberlo previsto, y no había otro desenlace más allá de la brutal realidad que enfrentaba en ese momento. Una lágrima corrió por su mejilla, que al llegar al mentón se mezcló con el hilo bermejo nacido de la herida en su labio, llevándose consigo parte del líquido. Mas no fue la única; y pronto, Slein se halló llorando sin pudor, con la angustia atenazando su garganta, sabiendo ahora que sería inevitable convertirs en el verdugo de la mujer que amaba.

Porque esa era la verdad: amaba a Asseylum. Crecer junto a Nezu y junto a ella le había permitido conocer las verdades secretas de ambas jóvenes, aquellas que no mostraban o que eran pasadas por alto con [...]
SK1566354 · 26-30, M
Un coro se elevó de la multitud: una suerte de afirmación colectiva, perfectamente sincronizada, cual si los corazones y voluntades de los presentes fuesen uno solo, reclamando tesoros que no les pertenecían pero creían suyos a pies juntillas. El tenue olor a humedad, mezclado con el aroma de las varas de incienso repartidas por el lugar, contribuía a la sensación de pesadez que acompañaba al desamparo de Slein; quien estuvo a punto de gritar y abrirse paso a empujones, cuando la voz de Asseylum hizo eco en su mente, parándolo en seco.

Hazlo, Slein.

¿Cómo podía estar de acuerdo con eso? Por primera vez, pudo ver al rostro de la chica, y lo que encontró ahí terminó de sorprenderlo: cólera, además de un tono en sus pupilas que jamás se había manifestado antes. ¿Ojos amarillos? ¿Qué estaba pasando?

Ahora, Elegido, cumple con tu deber y libera a la representante de la Madre de sus ataduras ancestrales. En tus manos está la llave del destino. [...]
SK1566354 · 26-30, M
tiñendo de rojo la piel clara; misma que se había vuelto aún más pálida merced al asco y pánico. ¿Qué hacer? ¿Cómo huir?

Podía sentir la vista de todos en él. Oh, claro que podía; y sobre todo, el peso de una mirada potente, inmisericorde, que parecía escudriñar hasta lo más profundo de su corazón. Allá en su sitial de honor, Mihael sostenía aquella sonrisa hiriente y triunfal, satisfecha con el castigo ejemplar que había impuesto a su propio hijo. El sacerdote que oficiaba la ceremonia se adelantó, llevando en manos un objeto largo, envuelto en un paño de seda negro decorado con brocados profusos en hilo de plata; sin levantar la vista, conocedor de los usos del ritual, continuó la salmodia en aquel mismo tono fanático, teñido a la vez de convicción y fervor.

¡La luna nos ha regalado su sabiduría en los ojos de la senkensha! ¡El tiempo ha llegado para devolver a la Madre sus favores!
SK1566354 · 26-30, M
La mirada de Nezu sobre él solo hizo peor el calvario. A semejanza del Redentor camino de su propia crucifixión, Slein avanzó a traspiés, vacilante, llevando a cuestas una cruz invisible que de ninguna manera había querido cargar. Y, si bien todo su ser quiso resistirse a la horrible realidad, la certeza de lo fatídico llenó su ser por completo, y la poca oposición física que pudo ofrecer fue vencida fácilmente por el guardaespaldas de su padre, quien, de un discreto mas firme empujón, lo hizo llegar hacia el medio del círculo humano, que se había abierto para recibirlo al tiempo de que los cánticos cesaron. Frenéticos, sus ojos viraron de uno a otro lado, buscando con desesperación una salida, algún escape de aquella tortura; pues no solo Asseylum sufriría con tal atrocidad, sino que la mera idea parecía tener a Nezu inquieta y en vilo, mientras que el mismo Slein casi se sentía desfallecer. Su mandíbula se rehusó a destensarse. El carmesí siguió recorriendo su mentón, [...]
Hazlo, Slein. Cierra los ojos, Nezu. Yo estaré bien.

No había miedo ya, solamente rabia. Y se sentía tan diferente... Le hervía la sangre y le provocaba una sensación de poderío ante el peligro inminente. Sus ojos se tornaron amarillos repentinamente, jamás había sentido tanto poder en su interior.
Casi parecía que el tiempo estaba frenandose con crueldad para que Asseylum degustara el fatídico encuentro de su mirada con la de Slein. Él sería el encargado de tomar el cuchillo de plata que descansaba en las manos del sacerdote y tendría que acabar con el rito. Él lo haría, él iba a cegarla.

El aire se escapó de los pulmones de la Senkensha al ya no poder ser contenido, saliendo en un suspiro largo que no logró relajar su cuerpo lleno de tensión. No dijo nada, no emitió sonido fuera de eso, no se movió más. Sabía que de ver a Nezu terminaría rompiéndose en pedazos y no tenía intenciones de preocuparla más, nuevamente se obligó a ser fuerte, más fuerte que nunca quizá. Por primera vez sintió en su ser un profundo odio por el hombre que era su medio hermano; ni las violaciones, ni el que se llevara a su madre, nada de eso logró que ella perdiera su alma pura y buena. Pero él que lastimara así a sus seres queridos no tenía perdón.
El recinto se llenó de un silencio sepulcral y todos los presentes dirigieron sus miradas a la senda principal que llevaba hasta donde estaba Asseylum, tal y como ella lo había visto, sin embargo había algo que le sabía mal, una suerte de inquietud que provocaba un tambaleo en su menuda figura: Mihael seguía sentado en la parte de enfrente y la veía a ella, contrastando con las otras figuras semi volteadas. ¿No se suponía que él sería el verdugo ese día? La mirada azul de la fémina se centró en él como si esperara respuesta a una pregunta no formulada en voz alta y obtuvo respuesta con una sonrisa maliciosa en la faz masculina. Entonces el eco de unos pasos aproximándose se escuchó.

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