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Iniciado de primer rango, Heredero de la Orden.
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LylColl · F
Inglaterra.

Una rojiza cabellera se movía con el viento a través de la ventana del automóvil, Lyla Collins y Marie Stuart estaban siendo conducidas hasta uno de los lugares sagrados para dar el salto, ahí mismo las esperarían dos rastreadores que les harían compañía hasta los lugares otorgados para su llegada. Cuando a la pelirroja le dijeron que Ryan iría a recogerla un chispazo le recorrió el pecho, ella no creía que ambos hermanos lograran que tanto invocador a como guardiana fueran a acompañarlos en una misión tan importante como lo era la encomendada, después de todo ellas aún no habían ascendido y por si fuera poco la progenitora de Ryan no aceptaba a Lyla cerca de su progenie y eso podía poner trabas en la reunión del equipo.

Contra todo pronóstico ambas se dirigían a auxiliar a los hermanos Greenwood; una nerviosa Marie se mordisqueaba el inferior a un lado de Lyla quien sabía bien la razón de su inquietud, una razón que poseía un nombre, y ese era Hunter.

— Me dijeron que Ryan tendrá que viajar en transporte público para ir a mi encuentro. — Comentó la fénix para romper un poco el silencio y la tensión que empezaba a generarse en el ambiente.
— ¿Eh?, ¿Ryan? — Marie volteó a verla con los ojos ligeramente más abiertos. Bingo, ahora Lyla tenía su atención.
— ¡Lo sé! No puedo ni imaginarmelo. Él, el hijo pródigo en medio de un tumulto de gente común. Empujando para poder salir... "Oh, señora, soy el prodigio de prado negro, quite su trasero de tan cerca de mi."

La castaña soltó una risilla por lo bajo ante la mala imitación de Lyla quien hacía ademanes que le había visto a Ryan cuando se conocieron y él no la creía digna de estudiar en la Academia. Un pasado que se veía cada vez más lejano, como si nunca hubiese sucedido realmente, al menos a Collins le hubiera gustado que las cosas iniciarán diferente y que su vida temprana hubiera sido otra.

Lyla Collins no había nacido en una cuna de oro como los Greenwood, al contrario, era una huérfana sin un linaje que la hiciera merecer la pena a ojos de los altos mandos y, sin embargo, ella se había esforzado para hacerse notar por cuenta propia. Era una gran hechicera gracias a su constancia y a sus ganas de superación a pesar de que muy en el interior aún se considerara a sí misma menos que cualquier otro invocador en todo ámbito. En realidad, menos que cualquier persona.

— Estamos cerca, señoritas Collins y Stuart. — Advirtió el chófer del auto.
— O-Ojalá pudiéramos llegar juntas… — Marie volvió a adoptar la misma actitud de antes, se veía que no la estaba pasando en grande.
— Hunty te cuidará bien, Marie.

Sabía, claro que lo sabía, que su mejor amiga no estaba nerviosa por su seguridad y mucho menos temerosa de que Hunter no pudiera cuidar de ella. Era esa cosa llamada amor la que mortificaba a su pobre y tímida guardiana. Lyla nunca le había hablado de lo que sentía al ver a Ryan abiertamente, eran cercanas pero había cosas que se las guardaba para ella misma; la invocadora también estaba nerviosa por encontrarse con su novio a pesar de llevar ya un buen tiempo de relación. Eran esos ojos, esa mirada, esa actitud -y para resumir todo él- los que le provocaba una extraña sensación de timidez.

Se escuchó el ruido de las ruedas del auto al frenar y el motor ronroneó cada vez más bajo hasta la afonía. Habían llegado, al fin iba a ver a Ryan.

— Por favor, señoritas. — Pidió el chófer que ha se encontraba a un lado de la puerta de Lyla, abriendola.

Bajaron sin decirse nada más, el lugar era bastante interesante, una piedra enorme se alcanzaba a ver detrás de lo que parecía ser una antigua casa. Para cuando tuvieron que separarse Marie le lanzó una mirada de espanto a Lyla, ella respondió con una cálida sonrisa y articuló con los labios la palabra “suerte”; ambas se dirigieron a piedras distintas donde ya las esperaban los rastreadores.

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