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AkemiHanamiya · F
— ¿Por qué? A veces yo me hago la misma pregunta, incluso para mí es un misterio. —No le iba a decir que quería sentirse especial, que le dolía el pecho al sentirse invisible o poca cosa, que los celos la consumían al ver que tenía el mismo trato con todos, no le iba decir que quizás, solo quizás en su pecho había un sentimiento que nunca debió nacer.— Yo lo sé, pero como dices sigo siendo una niña, algunos anhelos no son tan fáciles de eliminar. —Respondió y cerró los ojos, sabía que la iba a dejar sola, no hizo tampoco el amago de detenerlo.— Gracias por acompañarme, Regulus. —Era lo mínimo que podía hacer, se impulsó y se hundió en el agua, deseando que esta se llevara todo lo que comenzaba a sentir.
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Hizo una mueca en la que meditó todo lo que ella dijo. Fue un silencio, un tanto largo, en el que intentó relacionar esos episodios con los anteriores.— Hanamiya-san... ¿Por qué tanta insistencia en que la vea como una mujer? No tengo una forma diferente de ver a los demás. A nadie, excepto a mi familia quizá. —Sus ojos reflejaron la molestia, el dolor, y tuvo que apartarlos al no poder soportar una posible confrontación.— No me interesa mirar a las mujeres con interés, tampoco de una forma correcta. —Suspiró. Negó un par de veces y estrujó parte de la tela del traje para escurrir el agua.— Lo siento, Hanamiya-san. Tengo deberes que cumplir aún. Con permiso. —Murmuró, bajó la cabeza ligeramente y se marchó rumbo a la habitación para cambiarse.
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— Pero no con el corazón. —Sonrió con tristeza y desánimo, de alguna manera siempre acababa desilusionada por hacerse espectativas poco realistas. Ella nunca decía lo que en realidad deseaba, porque él era capaz de cumplirlo sin desearlo y eso no era lo que ella quería. Deseaba que la observara como una mujer a la que se le podía tener más cariño del fraternal, como una mujer con la que se podía compartir la vida, pero todas esas eran ilusiones de su infantil mente.— No importa, no todas las mujeres son iguales pero aprenderás a mirar de la forma correcta a las que de verdad te importen, así que tranquilo. —Nadó hasta la orilla donde apoyó los brazos en el borde y dejó que su cabeza descansara sobre ellos.— Sabes amar, eso debería ser suficiente. Que envidia.— Susurro de forma inaudible. No sabía que más añadir, ella era inútil y no lo podía reconfortar, solo lograba que la carga fuera más pesada.
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— Con los ojos. —Su respuesta fue obvia. Nunca había mirado a los demás de forma diferente, ni siquiera a sus adversarios en batalla, no hasta armar un juicio de cuán decentes podían ser. Realmente no entendía cuál era la diferencia que existía entre ella y una mujer.— Realmente no sé cómo debería ver a una mujer. No lo entiendo. —Sincero ante todo se expresó, con confusión verdadera e inseguridad en la voz. Allí estaba de nuevo esa conversación que parecía nunca tener fin.— Ella no debe ser digna de mí, yo debo ser digno de ella, para que me espere siempre o no dude de mi amor a pesar del tiempo. —Terminó por irse hacia la orilla, cuando ella le soltó. Allí se apoyó un momento y se impulsó para lograr salir.— Ninguno quiere ni desea, pero en esta situación es inevitable.
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— Sé que me estas viendo, pero no es algo tan literal. —Decidió mantenerse en silencio durante algunos minutos sintiendo solamente el agua moverse a su alrededor. Suspiró con suavidad y solo hizo el amago de un abrazo.— ¿Cómo miras a una mujer? ¿Cómo me miras a mí? Piensa en eso y quizás encuentres la respuesta a lo que siempre he querido. —Mencionó casi en un susurro, aunque él no era consciente, había mermado su confianza en sí misma, su autoestima algunos días era muy alta y otros estaba por los suelos, pero siempre era un resultado directo de sus interacciones.— Pero una esposa digna de ti, esperará, sin importar cuántos días tardes. Y sino lo hace será idiota, porque estará dejando ir el mejor partido que existe. —Hablar de una mujer que no sabía si existía era doloroso, no comprendía el origen de ese dolor en su totalidad, pero no podía negar la realidad.— Ningún hijo quiere ver a su madre llorar. —Se soltó al llegar a la orilla, necesitaba espacio para no deprimirse.
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— Pero lo hago, justo ahora lo hago. —Sus ojos se mantuvieron atentos en ella. ¿A qué se refería con mirar? Quizá parpadear estaba mal, quizá no debía cerrar los ojos para lidiar con las gotas de agua que llegaban hasta allí. O quizá tendría que mirarla de una forma que aún no lograba comprender.— Nunca he entendido a qué se refiere con mirar o con ver. —Frunció el ceño, pero no de enojo o frustración, fue más una desilusión ante la carencia de comprensión. Suspiró y continuó con el nado hasta que llegó, de nuevo, a la orilla.— Quizá lo será, pero mi deber me exigirá viajar mucho, quizás algún día parta y jamás vuelva. —Justo como ahora. A veces se preguntaba si aún su padre o algún otro miembro del batallón seguía buscándolo, si lo habían dado por perdido o, en el peor de los casos, como muerto. Allí se detuvo totalmente y suspiró.— Solo quiero volver a casa. Mi madre debe seguir llorando.
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Relajó el ceño y lo miró con una pizca de desilusión ¿tan tonta la creía? Había interactuado lo suficiente con él para entender que no cambiaba de postura tan fácilmente, por lo que se sintió verdaderamente ofendida, pero no tenía sentido discutir sobre eso.— Regulus, no me miras, en verdad no lo haces, pero no importa. —Sonrió con resignación y prefirió simplemente alejarse y retomar su posición con la barbilla apoyada sobre el hombro de él y las manos en el nuca.— La chica que elijan para ser tu esposa va a ser muy afortunada. —No quiso añadir más porque en el fondo le dolió, no tenían tiempo y el tiempo sería quien se lo arrebatara, él no pertenecía a esa época, pero era imposible para ella no desear que así fuera, pero no podía ser tan egoísta, no cuando sabía lo mucho que anhelaba volver.— Esperemos encontrar una solución y que puedas cumplir esas tradiciones.
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Para él, seguía siendo una niña. Especialmente cuando mostraba esa clase de gestos que buscaban desafiar o cuestionar sus ideas. Volvió a reír, sin importarle la cercanía, porque seguía actuando como su hermana menor para conseguir lo que deseaba. Pero, ¿qué podría pasar de darle el gusto al menos una vez? —Está bien, Hanamiya-san ya no es una niña. —Negó, ahí se permitió retomar el movimiento, mucho más pausado que antes, dentro del agua.— Pero no me interesa experimentar, tampoco el placer que ello trae. Se me inculcó diferente, así que solo esperaré volver y que mis padres formen un matronio fructífero para nuestra familia con una doncella que sea mi esposa. —La tristeza se notó en su voz, extrañaba su hogar, pero le hacía ilusión la posibilidad de cumplir más allá de sus deberes de caballero para con el pueblo.— Así son mis tradiciones.
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— No quise, me insistieron pero mi decisión fue negativa. —No estaba claro el motivo por el que le seguía explicando o se justificaba, pero lo que más le extrañaba era que él siguiera preguntando, pero decidió atribuirlo a la curiosidad de cómo se manejaban esas cuestiones. Al escucharlo reír se sintió nuevamente ofendida, su orgullo femenino iba a ser destruido por Regulus y él ni siquiera se daba cuenta de eso. Frunció el ceño, con molestia o eso intentó que pareciera.— No soy una niña, Regulus. Te lo puedo demostrar ahora mismo. —Se relamió los labios y se inclinó hacia él pero solo hizo eso, no fue más allá.— Exacto, pero pude pensar como muchas de las chicas de esta época que tu intención era otra. —Susurró, estaba lo suficientemente cerca para no tener que levantar la voz.— Sé que no quieres, pero podría ser por placer, por experimentar, cualquier motivo sería válido.
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— ¿Realmente no quiso o fue otro motivo? —Querer y poder eran cosas diferentes, quizá no podía por no sentirse en sintonia pero sí lo quería, o al revés. No lo sabía, realmente no es que fuera de importancia para él. Soltó una risa, pequeña, le recordaba las múltiples veces que su hermana menor, Primrose, le suplicara a su madre que la dejara acudir a los bailes del pueblo a pesar de su corta edad, y era gracioso porque usaba los mismos argumentos que ella en ese momento.— No puedo evitarlo, Hanamiya-san aún es una niña. —La risa se cortó, pero no murió. El tirón en sus mejillas le resultó confuso, pero se dejó como si parte de su obligación fuera. Entonces guardó silencio, un largo rato y hasta se quedó quieto.— Bueno, me he acostado un par de veces con Hanamiya-san en el césped. Pero si lo que quiere decir es intimar, ¿por qué querría hacer algo así con usted?
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