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Rmulus · M
Su rostro expresó una mueca de preocupación al tiempo que sus brazos sostuvieron la menuda figura femenina; Calipso no se encontraba bien y debía ser atendida por un médico, cuidada y alimentada de la manera en la que una Diosa lo merecía. Romulus le buscó la cara con la propia, haciendo parecer por un instante que estaba en vísperas de besarla; empero, no llegó a rosar esos rosáceos labios sino que se dedicó a pegar su frente a la ajena y así logró confirmar sus sospechas: tenía fiebre.

Sabes que no podría dejarte en una posada, Calipso. —Aplicó fuerza en sus brazos con la intención de cargarla y así poder levantarse para empezar a andar hasta alguna alcoba más cómoda en el castillo; la tendría ahí, bajo su protección, hasta que se recuperara. — Te voy a asignar un sirviente y el médico vendrá pronto. No te preocupes por nada.
Cso1573019 · 22-25, F
No, no puedo hacer eso. Se suponía que no debía causar molestias, yo...

Hizo una mueca de dolor, colocando su mano sobre uno de sus costados mientras tensaba los músculos para suprimir la sensación. Aquello hizo que terminara recargada sobre el cuerpo del hombre, débil. Respiró con más fuerza, cerrando los ojos sin poder resistir más la tentación. Resistirse a él y resistir la infección suponía usar toda su energía y se encontraba agotada. Recargó la cabeza sobre su hombro, soltando un quejido de protesta que provocó una suave exhalación en su hombro.

Pensándolo bien... ¿podrías llevarme a la posada? Me sentiré más cómoda allá y no volveré a molestarte.
Rmulus · M
Es una dicha.

Estaban peligrosamente cerca, tan cerca que Remulus podía sentir el calor propio del cuerpo femenino; su corazón empezó a latir con fuerza y aceleración, tal como cuando estaba a punto de entrar en batalla o como cuando la había visto por primer vez. Se maldijo en voz baja y de un movimiento desvío la mirada en un intento, no tan sencillo, de evitar claudicar ante tal situación. Tenía que pensar en su esposa, la dulce pero rebelde mujer con la que se había casado.

Deberías descansar, yo cuidaré que nadie venga y te moleste. Solamente cierra los ojos.
Cso1573019 · 22-25, F
No de nuevo.

No podía sentir todas esas cosas una vez más. Mucho menos cuando iban dirigidas a una persona en particular: Remulus. Calipso cerró los ojos, bajando la mirada. De repente, la manta de hilos dorados era mucho más interesante que cualquier otra cosa. —Sí. Me siento mucho mejor, Remulus. Gracias.

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