Aquel graznido lo mantuvo inmutado, quizá porque en aquella lucha de poder debía sobreponerse ante todo lo que su adversario utilizara contra él. Sin embargo sentía sus oídos arder, incluso el horrendo alarido retumbaba en su cabeza; tanto que su ceño se había fruncido, y sus dientes se apretaban unos con otros, intentando lo más posible contener el dolor que recorría su cuerpo. Aquellos gestos de sufrimiento cesaron en cuanto lo hizo el grito del ave, pero ahora tenía un nuevo problema; el ejército que se había formado alrededor suyo en cuestión de segundos.

— Podría despedazar a todos tus amigos en un segundo, y tú serías el siguiente. O morir miserablemente en éste lugar si juzgo mal tus capacidades... Pero parece ser que me encontré con el sujeto equivocado. —

Caminó confiado al frente, enfundando su arma de nuevo en aquella pistolera, más no soltó la empuñadura de su katana, si las cosas resultaban ser una emboscada podría defenderse con la misma.