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— Estoy segura de que no me vas a dar algo que no quiera meter en mi boca, cariño.

Casi que rodó los ojos mientras adoptaba una expresión ligeramente risueña. Era casi un milagro con la soltura que se podía mostrar frente al hombre, no necesitaba verlo como si lo odiara todo el tiempo.

— Dije buen marido, no un marido fiel. —La burla seguía presente. Se llevó el pan a la boca, mordiendo una esquina, sin duda por cosas pequeñas como esas es que valía la pena pasar la noche con el padre, dejando de lado la diversión que tenía en la cama.— Tu serías incapaz de ser fiel y yo me niego a ceder mi diversión por alguna tontería como el amor. Prefiero que me digas que te quedaste atrofiado ahí abajo.

Le dio una mirada descarada como si se estuviera asegurando de que sus palabras no eran reales, al menos no en ese momento.— Es lindo saber que tienes las puertas abiertas para mí, aunque siempre llego cuando me da la gana, soy una perfecta sorpresa.
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—¿Oh? ¿Entonces te comerás lo que te dé sin rechistar?

Una broma de doble sentido, por supuesto; la última que lanzó antes de volver a mirarla. Ocuparse del resto fue cosa de unos segundos: darle la vuelta a la tortilla, esperar un poco, y servirla en un segundo plato, para darle alcance a Himeko y dejarlo frente a ella.

—Espera; te has olvidado de esto. —Dijo, alcanzado un par de piezas de pan tostado que había dejado en la tostadora; dejando una en su plato y otra en el de su compañera. —Ahora sí, ¿decías? —Preguntó, mientras partía el omelette con un tenedor. —¿Que sería un buen marido? Quizá sí... Cocino bien, sé satisfacer a una mujer, y puedo protegerla; pero creo que muchas esperan que les sea fiel.

Se llevó el tenedor a la boca, asegurándose de tragar el bocado antes de continuar. —Y me temo que ambos sabemos que eso nos es imposible. Pero eres bienvenida de pasar la noche conmigo cuando te plazca.
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ocultando su rostro de burla en el plato.
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— Tan lindo.~ —Canturreó en un tono casi meloso, hubiera acompañado las palabras con una risa, pero todavía tenía algunos modales y sería cruel burlarse tan abiertamente del hombre que la estaba alimentando. Aunque deseaba devorar lo que había en el plato, comía lento, tal vez intentando demorarse para darle tiempo de acompañarla en ese desayuno improvisado.

— Bueno cariño, tengo el sentido del gusto atrofiado, así como lo que preparo, si es comestible lo llevo a mi boca. —Sonrió de lado. Se podía decir que era perfecta en muchos aspectos, pero quienes la crearon no se detuvieron a darle algo de habilidad culinaria, todo lo que preparaba era casi radioactivo.

— Creo que somos dos, me gusta estar aquí. —No había un significado profundo en esa frase. Con el sacerdote la pasaba bien, era divertido, además, podía ver facetas como esas que estaba segura no muchos tenían el privilegio. Richard era más normal de lo sé esperaría.— Creo que serías un buen esposo. —Terminó por añadir (...
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—Hmph. —Bufó para sí; aunque en realidad no se le veía molesto por los comentarios de Himeko. Una vez libre de ella —cosa que, no admitiría, pero echó un poco en falta— se apartó de la estufa para romper un par de huevos en un bol, añadirles sal, pimienta y el resto de ingredientes ya picados, y batir con energía. Se le veía distinto haciendo cosas tan cotidianas; como un hombre cualquiera y no el peligroso cazador, o el amante insaciable, que solía ser.

Una vez conseguida la mezcla, se apresuró a vaciarla en la sartén aún caliente, con tal habilidad que no derramó ni un poco de ella. —Podrías; pero dudo que lo hagas. No querrás comer huevos de por vida. —Dijo, sonriendo, pero sin quitarle la vista de encima al omelette; el que pronto adquirió un agradable color dorado, haciéndole saber que era hora de voltearlo para que terminara de cocerse. —Pero me encanta cuando pasas la noche aquí.
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— ¿No? Pero cuando me quedo dormida tus brazos son bien cómodos. Además, me cubres por completo. Si eres un oso abrazable. —Asintió varias veces como si se sintiera satisfecha con su propia conclusión. El aroma de la comida la había terminado de despertar por completo, tenía sus ventajas estar tan temprano con Richard, se ahorraba el tener que buscar comida por su cuenta.

Refunfuñó ligeramente pero lo liberó del abrazo, la comida era demasiado atrayente y tomó el plato que le ofrecía. En lugar de buscar sentarse, solo se apoyó contra la encimera, sin estorbar. En una de sus manos sostenía el plato y con la otra el cubierto para llevársela a la boca.— A esto le llamo vida, me podría acostumbrar. —Hizo un sonido de satisfacción y cerró los ojos de placer. Siempre veía por sus beneficios y ese sin duda era uno.
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—¿Calientito y cómodo? Si no soy un oso de peluche, o una cobija. —Respondió; pero se negó a apartarla, consiguiendo maniobrar con ella pegada a su espalda e, increíblemente, siendo lo suficientemente cuidadoso como para que el aceite no los salpicara. Dado que su labor ya estaba avanzada, no tardó en terminar el platillo: un omelette bastante mejor preparado de lo que se esperaría de un hombre soltero.

Como si quisiera prolongar el momento, en vez de apartarse para conseguir un plato, se estiró cuanto pudo, abriendo la alacena para recuperar uno; pero sin moverse prácticamente de su sitio. Acto seguido, sirvió el omelette en éste, ofreciéndoselo a Himeko por encima del hombro al decir: —Tu parte. Ahora, déjame cocinar uno para mí.
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— Estás calentito y cómodo. —Refunfuñó, casi como si fuera una niña pequeña y no la mujer que hasta hace unas horas se estaba deleitando entre las sábanas del hombre. No había perdido su tiempo buscando ropa, solo agarró una de las camisas del sacerdote y se la puso.

—Tengo buen sabor pero necesito reponer energía, no ando en modo batalla. —Se asomó ligeramente por un costado, tratando de husmear en lo que estaba preparando, se sentía atraída por el aroma y casi que podía babear ante la expectativa.
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Pocas mujeres podrían presumir que Richard les hubiera preparado el desayuno tras una noche intensa; pero dado que Himeko, con su habitual descaro, a veces parecía su compañera de piso, el varón no veía problema en cocinar para ella de vez en cuando, en vez de ordenar algo a domicilio.

—Himeko frita, si no te apartas. —Bromeó, aunque en realidad no hizo movimiento alguno por alejarla; siguió maniobrando con la espátula y sartén, la que contenía una mezcla de huevo con verduras y hierbas.
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— Ah. Me duele la cadera. —Caminó lentamente hasta donde estaba el hombre, en el recorrido se iba estirando, acababa de despertar después de la agitada noche.— ¿Qué hay para desayunar? —Todavia estaba ligeramente somnolienta así que solo se apoyó en la amplia espalda mientras lo abrazaba.

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