Como era costumbre, Sesshomaru visitaba la pequeña aldea donde habitaba ahora Rin, con el fin de llevar utensilios que consideraba podrían serle de utilidad. Caminó apareciendo entre aquel grupo de árboles, distante como acostumbraba a estar y cuidando desde la lejanía, paso a paso emerge la altiva criatura albina, de pálido rostro con franjas a los costados y una media luna en su frente, sus ojos color miel siempre fijos mientras el mokomoko que pende de su hombro se extiende hacia atrás y mueve junto a su larga cabellera. Él como siempre vestía aquel kimono blanco con rojo y pechera tipo samurai. Solían verse a las afueras de la aldea, encuentros breves y carentes de palabras, pero cargados de elementos simbólicos poderosos y de profunda comprensión.
Decide detenerse a un par de metros frente a ella, notó cuánto había crecido, no era más la infante que había protegido en tantas oportunidades y cuyo tamaño era semejante al de Jaken, conservaba algunos rasgos físicos pero su personalidad seguía intacta y podía percibirlo debido al vínculo empático que mantiene Sesshomaru con aquellos que le seguían. Permaneció en silencio frente a la humana, alzó el rostro con levedad, su mirada siempre de reojo, déspota y carente de emoción alguna y con ambos brazos abajo. Habló primero, como siempre de forma cortante, pero no necesitaba un discurso extenso para trasmitir lo que realmente era necesario con ella:
—Rin. Parece que la anciana sacerdotisa cumplió su palabra. —
Acotó en lo que una brisa irrumpe el silencio que había, siempre cuidó de Rin desde la distancia, siguiendo la indicación de la hermana de Kikyo para que Rin conviva más con la raza humana; sin embargo ,aquel día, había decidido entrar en escena y verla a sus ojos después de una larga temporada.
—Estás bien. —
Puntualiza el daiyokai, alzando el mentón , Jaken en aquella oportunidad no se encontraba puesto que realizaba menesteres encomendados por el hijo del gran perro guardián del norte.
