»»— Lᴇᴛ’s ʜᴀᴠᴇ ᴀ ᴛᴏᴀsᴛ. Tᴏ ᴛʜᴇ ɪɴᴄᴏᴍᴘᴇᴛᴇɴᴄᴇ ᴏf ᴏᴜʀ ᴇɴᴇᴍɪᴇs —➤
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AsarrRhage · M
Al Asgarðiano se le arrugó el rostro, extrañado y dubitativo, cuando escuchó la mítica estirpe de la que aquella provenía, minucioso le miró sin prudencia ni tacto alguno de pies a cabeza. Alzó las cejas, conservando el silencio hasta que las últimas palabras terminábanle de llegar. No era como si no hubiese visto un dragón en fechas pasadas, pero en definitiva, eran casi insólitos en demasía, pues se trataba de una casta que se decía, estaban señaladas por la desgracia de su esplendor.
Una vez más, con la diestra mesó sus castañas barbas, que en su protuberante mentón resplandecían como nieve al sol; pero no comparados con sus ojos, tan vivos y luminosos como hielo vítreo e inmaculado. Veló sus fauces con el dorso del dedo índice, y le miró en silencio por cortos instantes. Un parpadeo le espabiló, bajando la mano y encogiendo la vista; respiró profundamente para que sus pensamientos dejaran de atosigarle la mente.
— ¿Un dragón, dices?... —le preguntó Rázaðor, calmo a plenitud pero con inquietud—. Conocí algunos en el pasado. —agregó, con una pequeña sonrisa sutil.— Les hacía más... —pausó, observándole con atención— grandes y majestuosos. —y como al conjuro de la palabra majestuoso, abrió los ojos como si narrase alguna de sus viejas memorias—. Y recuerdo, que solían impresionar por el fuego que despedían de sus fauces y... —enmudeció nuevamente y torció la mirada.— no por flechas ni arcos. —
En sus cabellos se cernió el viento, tinados de rojo por el sol que horadó las ramas de los robles.— Yo soy, Ásarr Rhage. Se me conoce como Rázaðor. Y di contigo porque apareciste en un bosque del cual soy invitado. —se presentó, con aquél nombre que había sobrevivido al holocausto de la memoria y resonaba en los diversos rincones con hazañas dignas como si de un dios de la antigüedad se tratase. Con la zurda se frotó la nuca, sin perder de vista los ojos adversos y tomó un hondo respiro; el gesto bribón en sus labios le prevaleció. Comenzó a caminar a pasos cortos, hacia un costado; las manos las mantuvo juntas en su espalda baja. Y mientras lo hacía, le respondía, con la mirada gacha y fija en el suelo.— No, yo no mato "dragones". —resaltó la palabra con incredulidad en su acento. Giró su cuerpo, pero antes de caminar hacia el costado contrario, cuán león enjaulado, le dedicó una mirada penetrante y frunció las fauces. Una vez más, agacho la vista y continuó.— Son demasiado valiosos para la historia. —Se detuvo, y posó ambas manos al frente, descansando una sobre la otra, distendió sus anchos hombros y alzó la vista, altivo y curioso— Dime, Mujer Dragón... ¿Por qué no me enseñas tu esplendorosa forma real y curas esa herida que padeces? —
Una vez más, con la diestra mesó sus castañas barbas, que en su protuberante mentón resplandecían como nieve al sol; pero no comparados con sus ojos, tan vivos y luminosos como hielo vítreo e inmaculado. Veló sus fauces con el dorso del dedo índice, y le miró en silencio por cortos instantes. Un parpadeo le espabiló, bajando la mano y encogiendo la vista; respiró profundamente para que sus pensamientos dejaran de atosigarle la mente.
— ¿Un dragón, dices?... —le preguntó Rázaðor, calmo a plenitud pero con inquietud—. Conocí algunos en el pasado. —agregó, con una pequeña sonrisa sutil.— Les hacía más... —pausó, observándole con atención— grandes y majestuosos. —y como al conjuro de la palabra majestuoso, abrió los ojos como si narrase alguna de sus viejas memorias—. Y recuerdo, que solían impresionar por el fuego que despedían de sus fauces y... —enmudeció nuevamente y torció la mirada.— no por flechas ni arcos. —
En sus cabellos se cernió el viento, tinados de rojo por el sol que horadó las ramas de los robles.— Yo soy, Ásarr Rhage. Se me conoce como Rázaðor. Y di contigo porque apareciste en un bosque del cual soy invitado. —se presentó, con aquél nombre que había sobrevivido al holocausto de la memoria y resonaba en los diversos rincones con hazañas dignas como si de un dios de la antigüedad se tratase. Con la zurda se frotó la nuca, sin perder de vista los ojos adversos y tomó un hondo respiro; el gesto bribón en sus labios le prevaleció. Comenzó a caminar a pasos cortos, hacia un costado; las manos las mantuvo juntas en su espalda baja. Y mientras lo hacía, le respondía, con la mirada gacha y fija en el suelo.— No, yo no mato "dragones". —resaltó la palabra con incredulidad en su acento. Giró su cuerpo, pero antes de caminar hacia el costado contrario, cuán león enjaulado, le dedicó una mirada penetrante y frunció las fauces. Una vez más, agacho la vista y continuó.— Son demasiado valiosos para la historia. —Se detuvo, y posó ambas manos al frente, descansando una sobre la otra, distendió sus anchos hombros y alzó la vista, altivo y curioso— Dime, Mujer Dragón... ¿Por qué no me enseñas tu esplendorosa forma real y curas esa herida que padeces? —
