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»»— Lᴇᴛ’s ʜᴀᴠᴇ ᴀ ᴛᴏᴀsᴛ. Tᴏ ᴛʜᴇ ɪɴᴄᴏᴍᴘᴇᴛᴇɴᴄᴇ ᴏf ᴏᴜʀ ᴇɴᴇᴍɪᴇs —➤
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AsarrRhage · M
En una mayor cercanía, las férreas pisadas de unas botas de cuero se escuchaban, como el sonido de cautelosos pasos siendo devorados sobre el milenario mantillo de tierra que cubría el suelo del bosque. Sus cabellos, brillantes como el oro batido se agitaron una vez, al compás de un silbo que dejaba el viento en su soplar sobre la copa de los altos robles. El frío vaho de su respiración se tornó más plácido y los olores marinos del arroyo le alcanzaron una vez más.

Cuando las palabras exclamadas llegaron hasta sus oídos, detuvose en seco, poco antes de abrirse camino por un arbusto pardusco y achaparrado.— ... —no musitó respuesta alguna, más que un crudo silencio desde sus fauces, que solo dejó escuchar al oído el crujir de las hojas y los vástagos donde aquél varón se había vadeaba con intenciones de mostrarse. Su mirada se tornó gélida, y sus míticos ojos brillantes se acentuaban, a medida que pensamientos iban y venían, pues aquél Ásgarðiano no conseguía reconocer la voz que demandó su presencia.

Una hosca expresión le frunció las facciones palidecidas, hasta que la sombra del hombre enhiesto emergió entre la bruma y del matojo. Alto, noble y garbo era aquél, ataviado con las robustas prendas de abrigo; distinguidas y propias de su alto linaje. Y cuando presenció a la torva mujer foránea, en una postura amenazante con el arco, alzó la diestra hasta la altura de sus hombros; a palma abierta, como un gesto de paz.
¡!... No dispares. —dijo el alto Rey de Kánalðar, con una voz vibrante pero con dejos suaves, que dejaban entrever su pacifismo.— No lo hagas. —repitió. Arqueó las cejas, y sesgó los párpados, examinándole con curiosidad, pues no recordaba le había visto antes. Sus beatos ojos se sembraron en aquélla mujer; mostrándose suspicaz. El sonido claro y nítido del agua, se escuchaba como un susurro cristalino. Estrechó precavidamente las distancias, hasta hallarse a unos varios pasos de la fémina.— Es curioso. —profirió con serenidad, bajando cuidadosamente su mano. Sus sentidos se hallaban en alza, atentos a garantizar que no fuese perforado por alguna flecha. Con una corta pero ágil atisbadura, sus ojos fugaces observaron a los costados, en caso de que hubiese alguien más acompañándole—. Me pregunto porqué... —pausó en un breve mutismo sus palabras—, un Arcadiano actuaría hostil en su propio bosque. —dijo, siendo tan asertivo y sagaz como de costumbre, pues comenzaba a comprender que la mujer no pertenecía a aquél lugar. Esta vez, alzó ambas manos a la altura de sus anchos hombros, haciendo que la oscura capa de marta cibelina que le cubría se abriese lo suficiente para mostrar que aquél se hallaba desprovisto de arma alguna. Esbozó una sutil sonrisa ladina al sentenciar.