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| Great Earl of Hell | No Lemon No Romance.
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SW-User
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Flashback.
Tres años demoniacos después de la partida de Daenerys.


Cada vez que agitaba los brazos se hundía más. No podía moverse porque el agua terminaba absorbiéndola, arrancándole las bocanadas de aire y sustituyéndolo por líquido. Pero tampoco podía quedarse estática; no existía nada que la llevara de vuelta a la superficie. Aún así no se dejó llevar.

En gritos desesperados.
En burbujas de aire ascendiendo hasta la superficie.
Minutos después sus pulmones no lograron resistirlo.
Y, lentamente, murió.

. . .


Se despertó sobresaltada, sintiendo la respiración errática y la imperiosa necesidad de expandir sus pleuras a su máxima capacidad para captar la mayor cantidad de aire posible. Le tomó muchos segundos lograr controlarse. Cuando lo hizo la cefalea se extendía alrededor de las paredes de su cabeza, atormentándola. Massive le advirtió sobre aquella situación, controlar sus poderes jamás sería sencillo. El camino era largo y tormentoso. Existirían días en que no soportaría el profundo y vasto agujero negro que se expandía dentro de su cuerpo, habría otros en que la magia fluiría de forma tan sencilla y relajante que su cuerpo caería rendido en aquel placer, dejando que el torrente le recorriera cada fibra muscular.

Hoy era uno de los días difíciles. En cuanto despertó, el dolor comenzó a extenderse por sus extremidades consumiendo las células una por una. La sensación no se apartaba aunque el deseo fuera intenso. El peor pensamiento era saber que el día sólo comenzaba y se avecinaba otra sesión larga de ardor y debilidad. Se levantó del piso, sacudiendo el cuerpo y provocando que las vértebras de su columna crujieran en respuesta. No quería moverse. Recogió sus cosas de la madera, colocándolas dentro de un pequeño banco con fondo y salió de la habitación, con el traje azul marino ajustado, el cabello albino esparciéndose por los hombros y sus pies desnudos explorando el terreno de la casa.

—¿Estás lista? —murmuró el hombre de espaldas a ella. Megara asintió suavemente, sabiendo que no podría verla pero averiguaría sus movimientos. —Aprenderás la paciencia. Tu lugar está afuera y te espera.

La niña, de apenas diez años, atravesó el umbral de una habitación más grande directo al jardín de cerezos y espinas. Acomodó sus pies sobre unas hojas caídas e, inclinándose, se sentó en cuclillas, soportando su peso con los pies. Silente. En esa misma posición pasó los minutos hasta que éstos se convirtieron en horas. El dolor seguía ahí, presente, sumado al cansancio. No podía abrir sus ojos. No podía distraerse. Debía concentrarse en cada flujo de energía que se deslizara por su cuerpo y reconocerlo. Su mente, poco a poco, se acostumbraría a ellos y podría manejarlos.

Pero el ardor seguía ahí.[/code]