Allá en lo alto sobre las ramas del Yggdrasil, el más alto de entre los nueve reinos, yacía la morada de los Aesir. Separada del mundo humano, donde la única entrada es a través de aquel puente de arcoíris custodiado por el guardián Heimdal, aunque, desgraciadamente dicho guardián aún permanecía dormido manteniendo la ventaja que los gigantes habían sido tan pocos que no se atrevían a cruzar.
Había conmoción en los terrenos cercanos al Valhalla, pues la repentina aparición de aquella enorme serpiente emplumada había alertado a las almas de los héroes y guerreros que habían caído en Midgard cuando en vida. Muchos tomaron sus armas creyendo que la serpiente marina: Jörmundgander había logrado finalmente penetrar hasta Asgard. Todos lucían tal y como en sus tiempos de vida, bien preparados para combatir en cualquier momento. De entre ellos Beowulf, Sigmund, Sigfried, Hägen, Ragnar y Björn Lodbrok; Arngrim, Svipdag, Weohstan, entre otros… pero los más renombrados.
Todos comenzaron a formarse en torno a la gran serpiente, donde sus escudos fueron alineados en un muro de dos anillos, lanceros, escuderos y arqueros se habían posicionado para dar ataque. Era evidente que aquellos héroes de renombre eran quienes dirigían y cooperaban entre sí.
Sigfried: –Udarbejde... sigte... ¡skyde!*– El ataque comenzó con una lluvia de flechas, mientras escuderos esperaban.
Mientras tanto, Odín se encontraba en su trono de plata en el mismo salón del Valhalla, su siniestra sostenía su cuerno lleno de hidromiel y su diestra se dedicaba a ser pasada sobre su larga barba, a estas alturas, tenía total conocimiento de la infiltración de “La estrella del alba” a sus dominios, un acto intrépido y atrevido, pues su presencia era distaba bastante de la bruta serpiente que aquellos guerreros temían y habían confundido. Observaba y analizaba lo que sucedía en aquellos llanos, tanto a su invitada como a todos los elegidos para residir con los dioses. “Interesante… Veamos de lo que todos son capaces.” Las puertas estaban cerradas, su único ojo bueno se mantenía fijo en la entrada principal del salón y su clarividencia se mantenía atenta.
