Un rayo dorado ilumina el firmamento, desciende desde lo alto y cae impactando con su poder en el centro de aquella pirámide. Al desvanecerse aquella luz, solo queda en el sitio un cúmulo de pequeñas luces doradas que comienzan a unirse hasta materializar el cuerpo femenino de una bella mujer de cabellos dorados.
Una sonrisa ladina se dibuja en su rostro. Está de vuelta.
—¡Kiahaha! Sabía que nuestra misión sería de tu agrado, pequeña rubia.
Quetzalcóatl hablaba a todos con mucha confianza y cariño pero, con esta diosa en particular, gracias al vínculo que han formado, le aflora aún más la ternura, sabiendo claro, que las habilidades de la diosa de tierras lejanas son de alto nivel.
—¡Te caerá de maravilla! Ella es un encanto. No así su esposo... Grr ese infeliz es un tramposo y traicionero... ¡Tch!
Agita sus rubios cabellos para sacarse la imagen de Mictlantecuhtli de la mente. A pesar de no ser una diosa que guarde rencores, lo que aquel dios le hizo en el inicio de los tiempos, es algo que Quetza, no puede olvidar.
