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Esa excusa barata de nuevo, que por más que fuese cierta, no la tranquilizaba. Se volvió hacia él lentamente con el entrecejo fruncido, sus ojos verdes parecían arder en llamas.

—¿No entiendes? Veo tu rostro arácnido y sólo puedo recordar como me hiciste el hazme reír de la ciudad. ¡Tú! Spider-Man. El hombre a quien alguna vez amé como una estúpida y me hizo débil. ¡Deja de tomarte esto como un maldito chiste! —Apenas rompió su grito, corrió el par de pasos que reducirían la distancia entre ellos y se abalanzó sobre él con extremidades ágiles y veloces que buscarían arañar su cuerpo, golpearlo en seguida, saltar para alcanzarlo, patearlo con fuerza desmedida, sacar su cinturón a modo de látigo y atraparlo; atinar cualquiera de aquellos golpes, que si no se detenían de alguna manera seguirían cual torbellino.

Felicia no estaba escuchando porque no había nada bueno que escuchar. Estaba harta de las excusas de un hombre que en su momento creyó diferente a los demás.