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Ol1563932 · F
Dos cosas fueron las que más sorprendieron a todos: la primera fue el hecho de que al fin podían observar el rostro de la pelirroja que constantemente estaba oculto por la cortina de su melena y, en efecto, no estaba enferma, ni leprosa y mucho menos era fea, rebosaba la hermosura de quien va convirtiéndose en mujer y aún conserva la ternura en sus rasgos de una niña; la segunda fue que hasta ese momento nadie había dicho nada sobre los fallos estrepitosos del bravucón, como al inicio, algunos incluso lo habían olvidado. Pero era cierto, él no era bueno en nada. Y los murmullos empezaron.
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Ol1563932 · F
Por fin Ophelia terminó de comer aquel pedazo de pan con mantequilla, pero se tomó su tiempo para alcanzar su vaso y darle un gran trago a aquel sustituto de café que les daban a los soldados. Todos esperaban expectantes, nadie se atrevía a quitar la vista de ellos, y así cuando terminó la última gota se retiró el cabello del rostro para dejar ver sus enormes ojos miel con tonos verdosos y lo miró, desenfadada, sin otra expresión que no fuera la de alguien que no siente nada. — No lograste ganar en la prueba de velocidad, te caíste en la prueba de equilibrio, eres pésimo lanzando cuchillos o usando el arco; solamente sabes blandir una espada, e incluso eso lo haces mal, como un tonto espantado una mosca con un palo.
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Ol1563932 · F
— Tú qué demonios sabes, chica de las montañas. ¿Crees que con tu actitud de animal salvaje vas a escalar de rango? Eres patética. — El receptor de tal insulto no tardó en encaminarse hasta ella con paso firme, haciendo a un lado a todo aquel que le estorbara para poder esquivar las mesas. Los pocos que se habían tenido que sentar en la misma mesa que Ophelia - por falta de lugares y no por gusto - se retiraron de ahí de inmediato, pero ella no se inmutó. Apenas estuvo cerca de ella el muchacho se situó a su lado derecho para poder verla desde arriba y de ese modo no le estorbaran las sillas; su mirada centellaba como la de cualquier adolescente bravucón al que le lastiman el ego y, aunque trataba de parecer despreocupado, tenía la mano derecha hecha un puño, como si tuviera problemas de enojo. Ah, pero si por eso era como era, se le conflictuaba controlar sus emociones. — Habla, salvaje, no me digas que ya te acobardaste.
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Ol1563932 · F
— Y una mierda, si se nota que la estupidez se hereda también. — Hasta ese momento Ophelia no había hablado ni una sola vez, la habían ubicado como la chica solitaria - y probablemente muda - desde un inicio y, como si tuviera la peste, había sido evitada a toda costa. Mientras los demás hacían amigos ella se dedicaba a hacer lo que se le ordenaba: si le decían que durmiera, dormía; si le decían que comiera, comía. Por eso, o quizá por las palabras que empleó para referirse a él, todos detuvieron lo que estaban haciendo y voltearon a ver a la emisora de cabellera escarlata que seguía comiendo como si nada.
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Ol1563932 · F
PAST.
— Seré yo el que llegue a ser el líder de los Seis. ¡Se los digo! Mi abuelo fue el mejor guerrero que Arcadia pudo tener, corre por mis venas el liderazgo. — La voz adolescente del castaño más creído de la cuadrilla de novatos se alzaba por toda la cabaña, sitio en el que solían reunirse para comer. Como todo lobo, poseía un rebaño de ovejas que lo rodeaban y admiraban como si fuese el mismo Rege de Arcadia; casi parecían olvidar que aquel sujeto con la cabeza inflada había fallado en todas y cada una de las pruebas impuestas ese día. Aquellos que no lo soportaban estaban seguros de que no era más que un charlatán, pero nadie se atrevía a decir nada pues él provenía de una familia famosa en el reino y, por si fuera poco, su tamaño y fuerza bruta lo volvían un rival ciertamente difícil.
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— Seré yo el que llegue a ser el líder de los Seis. ¡Se los digo! Mi abuelo fue el mejor guerrero que Arcadia pudo tener, corre por mis venas el liderazgo. — La voz adolescente del castaño más creído de la cuadrilla de novatos se alzaba por toda la cabaña, sitio en el que solían reunirse para comer. Como todo lobo, poseía un rebaño de ovejas que lo rodeaban y admiraban como si fuese el mismo Rege de Arcadia; casi parecían olvidar que aquel sujeto con la cabeza inflada había fallado en todas y cada una de las pruebas impuestas ese día. Aquellos que no lo soportaban estaban seguros de que no era más que un charlatán, pero nadie se atrevía a decir nada pues él provenía de una familia famosa en el reino y, por si fuera poco, su tamaño y fuerza bruta lo volvían un rival ciertamente difícil.
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