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Estaba dormida y recargada en el marco de la ventana de su hogar: el templo de Apolo. No soñaba, ella nunca lo hacía, pero aún así sentía tanta paz que su cuerpo no encontraba incomodidad en la posición. Su sueño ligero le permitió sentir cuando unos labios besaron su frente así que, tras unos segundos, fue abriendo de a poco los ojos observando a uno de sus cuidadores. Por la posición era seguro que él no se daría cuenta de ello.
 
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Tuvieron que pasar unos cuantos segundos hasta que Eryx pudiera darse cuenta de su nueva metida de pata - así como de la suavidad de la piel ajena, o de la calidez humana que emanaba de ella. Todo lo que iba descubriendo se sumaba, revelándole a la persona detrás de la efigie del Oráculo; y, entonces, supo que, a pesar de su importancia y poder, la Pythia era una joven como todas, si acaso más ingenua y frágil merced a la protección que había recibido durante toda su vida. El sacerdote bajó la mirada, para contemplar en silencio las pequeñas manos que sostenía entre las suyas; llevado por un ligero impulso, apretó los dedos de la chica, con delicadeza y un atisbo de ternura. El encanto duró un momento más, hasta que el varón hubo de dejarla ir, rozando sus yemas sobre los dedos femeninos en una caricia lenta, a medida que la iba soltando.
 
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