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Estaba dormida y recargada en el marco de la ventana de su hogar: el templo de Apolo. No soñaba, ella nunca lo hacía, pero aún así sentía tanta paz que su cuerpo no encontraba incomodidad en la posición. Su sueño ligero le permitió sentir cuando unos labios besaron su frente así que, tras unos segundos, fue abriendo de a poco los ojos observando a uno de sus cuidadores. Por la posición era seguro que él no se daría cuenta de ello.
 
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Hubo un breve silencio tras aquel momento, que fue roto por la voz tímida y melodiosa de la Phytia. Eso bastó para sacar a Eryx de su ensimismamiento, pues, tras aquel instante revelador, se había dedicado a contemplar sus propias manos, como si intentara grabarse a fuego la sensación del tacto ajeno sobre el suyo. Mas, cuando la escuchó hablar, parpadeó dos veces antes de recobrar la compostura - o al menos, intentarlo. —Pythia... —Comenzó, con un tono de disculpa asomando a sus palabras; así la chica no hubiera dado muestra alguna de que el contacto le hubiera repugnado, él mismo sabía bien que había traspasado ciertos límites, poniéndose en una situación donde podía ser reprendido o incluso relevado de sus funciones. Pero, así lo supiera, no existía ni un atisbo de arrepentimiento en él; lo aprendido bien había valido la pena. Levantó la mirada para observar el rostro del Oráculo y, al hallarla igual de concentrada que él hacía unos segundos atrás, sonrió de medio lad
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Continuó observando la unión de los dos pares de manos por un rato, recibiendo un apretón suave que logró hacerle saltar el corazón. ¿Qué era eso?, una extraña sensación de calidez le provocó un tenue color carmín a sus mejillas y sus dedos comenzaron a temblar levemente, como si sintiera nerviosismo. "No te apartes", pensó al momento en el que la dejó libre; se miró ambas manos vacías, ¿qué había sido todo eso? — Tus manos son cálidas... — Murmuró, cerrando su diestra y cubriéndola con su zurda como si pretendiera guardar la sensación.
Tuvieron que pasar unos cuantos segundos hasta que Eryx pudiera darse cuenta de su nueva metida de pata - así como de la suavidad de la piel ajena, o de la calidez humana que emanaba de ella. Todo lo que iba descubriendo se sumaba, revelándole a la persona detrás de la efigie del Oráculo; y, entonces, supo que, a pesar de su importancia y poder, la Pythia era una joven como todas, si acaso más ingenua y frágil merced a la protección que había recibido durante toda su vida. El sacerdote bajó la mirada, para contemplar en silencio las pequeñas manos que sostenía entre las suyas; llevado por un ligero impulso, apretó los dedos de la chica, con delicadeza y un atisbo de ternura. El encanto duró un momento más, hasta que el varón hubo de dejarla ir, rozando sus yemas sobre los dedos femeninos en una caricia lenta, a medida que la iba soltando.
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Fue tan repentino el cambio que la Pythia agrandó su mirada y dió un pequeño paso hacia atrás. Sin embargo, en cuanto él la tocó el miedo cambió radicalmente a sorpresa debido a que nadie la había tocado desde hacía ya muchos años; y no es que el beso fuera un contacto por sí solo, sino que a los besos y muestras de adoración estaba acostumbrada, pero a un toque simple, sin razón oculta, no. — A-ah... — Su mirada se concentró en las manos contrarias contra las propias y no pudo atinar a hacer otra cosa más que mover un poco sus dedos, curiosa por esa sensación perdida.
¿Cómo salir del apuro? Si permitía que la Phytia empleara sus habilidades, podría descubrir la razón detrás de su sonrojo; y, si bien ni él mismo la comprendía del todo, sabía que una revelación como aquella solo podría traer problemas. Era como si el instinto se lo gritase. —¡No es necesario! —Se apresuró a decir, intentando disimular su nerviosismo. Huelga decir que fracasó estrepitosamente. —Estoy bien, ¿lo ve? —Y, en un nuevo intento atolondrado de convencerla, colocó sus manos sobre las ajenas, cual si intentara que ella se diese cuenta de la temperatura corporal que él tenía en ese momento. Claramente, no estaba pensando con gran atino en ese momento.
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No notó el extraño y nuevo comportamiento que el sacerdote profesaba -y aunque lo hubiera hecho ni idea tendría del motivo- por lo que se separó poco a poco y lo miró fijamente con un aire de preocupación. — Vamos a que te examinen. Puedo usar mis visiones para ver lo que tienes... — Sacudió con suavidad sus ropas y entrelazó sus propias manos por encima de su abdomen, una pose que había adoptado desde hacía ya demasiado tiempo. — Temo por ti.
Si antes había perdido los papeles al ser sorprendido mientras besaba la frente del Oráculo, ahora ni siquiera supo cómo reaccionar. Pensó haber salido del apuro cuando ella, en un derroche de ingenuidad, procedió a verificar su propia temperatura; pero, cuando Eryx casi daba un suspiro de alivio, notó la cercanía de la chica y su gesto teñido de preocupación, que le tomaron por sorpresa y evitaron que él reaccionara a tiempo, antes de sentir los labios ajenos sobre su frente. —Eh... —Literalmente, se quedó sin palabras. Era la primera vez que notaba el perfume delicado que emanaba de la Phytia, o la delicadeza de sus facciones. ¿Acaso ella siempre había sido tan femenina? Como si se le hubiera quitado un velo de los ojos, hasta ese momento se percató de que la mujer a quien veneraban y protegían era hermosa, de una forma salpicada de inocencia que instaba a la ternura. Tragó saliva, sin poder hacer otra cosa que esperar a que ella se apartase.
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Ese movimiento tan drástico fue lo que termino de despertarla. Se mostró sorprendida y un tanto asustada mientras recargaba ambas manos en sus rodillas y se hacía instintivamente hacia atrás; ¿su temperatura?, la Oráculo jamás había enfermado durante toda su vida pero sí había visto a los sacerdotes pasar por resfriados así que, para comprobar por sí misma, se llevó la palma a la frente, levantando un poco su flequillo verde. — Creo que estoy bien... — Murmuró antes de bajar su mano. — Pero tú... Tú te ves muy rojo de la cara. — Apenas lo notó pues no había atinado a verlo bien. Preocupada se levantó de su cómodo sitio y avanzó hasta el contrario colocándose de puntillas un poco para poder alcanzarlo y así aplicar el mismo método que él con ella. Colocó sus labios en su frente y esperó a sentir la tibia piel ajena que, en efecto, se encontraba un poco caliente. — Creo que tienes temperatura. — Murmuró sin despegarse ni un poco de él.
Oír su nombre y separarse a toda prisa fueron dos cosas que sucedieron al unísono. Sintiéndose como un niño atrapado en plena travesura, Eryx sintió que los colores se le subieron al rostro; en ese momento, nadie podría ver en él al sacerdote serio y devoto de sus responsabilidades que todos conocían, reemplazando esa imagen casi solemne por la estampa de un adolescente nervioso intentando esbozar una respuesta coherente. —Esto... ¡Solo comprobaba su temperatura, Phytia! —Probablemente, no se le pudo ocurrir una respuesta más atolondrada, pero, ¿qué más podía argumentar? Desvió la mirada al techo, intentando tomar una postura firme y más acorde a su ocupación; la escena resultaba cómica, entre la joven somnolienta y el varón intentando fingir que no pasaba nada.
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— ¿Eryx? — Poco o nada sabía la Phytia de demostraciones de cariño por lo que aquello le parecía, además de extraño, nuevo. Alzó levemente la cabeza como si tratara de verle bien el rostro ya que su especulación al decir aquel nombre se debía únicamente a dos detalles: El olor de la loción del chico que siempre le había resultado agradable y la ropa tan peculiar que vestía. Un tanto distinta a la que portaban el resto de los sacerdotes. Parpadeó un par de veces seguidas y reprimió un bostezo que amenazaba con salir de su boca. Cuando al fin se sintió segura de cualquier muestra de somnoliencia habló de nuevo. — ¿Qué sucede?, ¿tengo algo en la frente?

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