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Estaba dormida y recargada en el marco de la ventana de su hogar: el templo de Apolo. No soñaba, ella nunca lo hacía, pero aún así sentía tanta paz que su cuerpo no encontraba incomodidad en la posición. Su sueño ligero le permitió sentir cuando unos labios besaron su frente así que, tras unos segundos, fue abriendo de a poco los ojos observando a uno de sus cuidadores. Por la posición era seguro que él no se daría cuenta de ello.
 
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¿Cómo salir del apuro? Si permitía que la Phytia empleara sus habilidades, podría descubrir la razón detrás de su sonrojo; y, si bien ni él mismo la comprendía del todo, sabía que una revelación como aquella solo podría traer problemas. Era como si el instinto se lo gritase. —¡No es necesario! —Se apresuró a decir, intentando disimular su nerviosismo. Huelga decir que fracasó estrepitosamente. —Estoy bien, ¿lo ve? —Y, en un nuevo intento atolondrado de convencerla, colocó sus manos sobre las ajenas, cual si intentara que ella se diese cuenta de la temperatura corporal que él tenía en ese momento. Claramente, no estaba pensando con gran atino en ese momento.
 
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