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Estaba dormida y recargada en el marco de la ventana de su hogar: el templo de Apolo. No soñaba, ella nunca lo hacía, pero aún así sentía tanta paz que su cuerpo no encontraba incomodidad en la posición. Su sueño ligero le permitió sentir cuando unos labios besaron su frente así que, tras unos segundos, fue abriendo de a poco los ojos observando a uno de sus cuidadores. Por la posición era seguro que él no se daría cuenta de ello.
 
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Si antes había perdido los papeles al ser sorprendido mientras besaba la frente del Oráculo, ahora ni siquiera supo cómo reaccionar. Pensó haber salido del apuro cuando ella, en un derroche de ingenuidad, procedió a verificar su propia temperatura; pero, cuando Eryx casi daba un suspiro de alivio, notó la cercanía de la chica y su gesto teñido de preocupación, que le tomaron por sorpresa y evitaron que él reaccionara a tiempo, antes de sentir los labios ajenos sobre su frente. —Eh... —Literalmente, se quedó sin palabras. Era la primera vez que notaba el perfume delicado que emanaba de la Phytia, o la delicadeza de sus facciones. ¿Acaso ella siempre había sido tan femenina? Como si se le hubiera quitado un velo de los ojos, hasta ese momento se percató de que la mujer a quien veneraban y protegían era hermosa, de una forma salpicada de inocencia que instaba a la ternura. Tragó saliva, sin poder hacer otra cosa que esperar a que ella se apartase.
 
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