Su larga cabellera caía sobre sus hombros, negra y suave, algunas hebras ya mostraban signos de vejez; lo acomodó en una cola de caballo, usando un sencillo listón azabache. Aquel demoró un poco para ponerse a acomodar las cosas que solicitaba la dama, pues si vender libros era solo una fachada para ocultar de los mortales la venta de sustancias mágicas y algunos remedios medicinales.

Caminó fuera del mostrador haciendo un suave movimiento con su mano, claramente indicaba que le siguiera. Se dirigió a una puerta al fondo de todos los estantes repletos de libros, bajando a una escalera hasta el sótano, donde podría encontrar varios estantes con pociones y otros ingredientes, donde comenzó a reunir lo que la bruja indicaba. —El Liber Juratus Honorii, el Liber Juratus Honorii... — se repetía a sí mismo tratando de recordar el espécimen. —Hmmm... seguro alguien más habrá colocado la tarjeta, puedo adivinar el responsable.— comentó mientras reunía los ingredientes.