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Mostima · 26-30, F
Contrario a cualquier sentimiento empatico a ese dolor, la caída dejó escapar una risa que fue opacada por la tos que le provocó el esfuerzo. Le parecía adorable la forma en la que se preocupaba. —Ya te lo he dicho... no me iré de aquí si no me quieren en el cielo ni en el infierno.—Apoyó sus antebrazos en el colchón, luego sus manos, con un quejido logró acomodarse sentada, y alcanzar una de las manos de la santa. En la propia estaba la aguja de los analgésicos. —No te desharas de mi tan fácilmente.
 
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